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Francesc-Marc Álvaro | Hacer futuro con vieja polític
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19 jul 2021 Hacer futuro con vieja polític

El debate político y social sobre la celebración de los Juegos Olímpicos de invierno del 2030 en Barcelona produce un efecto de normalidad algo extraño. De repente, los partidos se agrupan en función de una agenda que el procés casi había hecho desaparecer. A favor de este gran evento están el PSC, ERC, Junts, PP y Ciudadanos. Mientras, se han manifestado en contra los comunes y la CUP. Los Juegos Olímpicos Pirineos-Barcelona (es la denominación oficial, por ahora) constaba en el programa electoral de los republicanos y de los junteros y, por otro lado, en el acuerdo de gobierno que firmaron ambas formaciones se hablaba de convocar una consulta a la ciudadanía sobre este asunto. El Ejecutivo presidido por Pere Aragonès ya ha comunicado al Comité Olímpico Español que tiene la voluntad de iniciar conversaciones con el Comité Olímpico Internacional para “la posible presentación de la candidatura”.
 
Junto a esta sensación de aparente normalidad, es inevitable observar la iniciativa sobre unos eventuales Juegos Olímpicos de invierno Pirineos-Barcelona como un retorno a una forma de imaginar el futuro que tal vez ya no se corresponde con el mundo que vivimos. Cuando la capital catalana impulsó la candidatura de los Juegos Olímpicos de 1992, salvo sectores muy minoritarios, nadie cuestionó el proyecto. Era evidente que el sueño olímpico liderado por el alcalde Pasqual Maragall era una gran oportunidad para modernizar Barcelona y para proyectar el conjunto del país al exterior. En esa época, una de las palabras clave era “sinergia”. El gran evento deportivo y mediático ponía en marcha incontables sinergias de todo tipo, que debían tener un efecto multiplicador sobre la vida de los barceloneses y del conjunto de los catalanes. Así fue: la ciudad cambió su fisonomía, se creó un relato basado en una ambición consensuada y surgió un orgullo colectivo que conectaba –de alguna manera– con el ideal de la Catalunya-ciutat que había teorizado el poeta Joan Maragall. La Barcelona’92 fue el último capítulo de una historia de transformaciones que comenzó con la Exposición Universal de 1888. Es una manera de actuar más propia del siglo XIX que del XXI.
 

Tienen sentido muchas de las críticas al proyecto de los Juegos de invierno

 
Cuando el alcalde Clos quiso que el Fòrum Barcelona 2004 fuera una prolongación de la estrategia de transformación de ciudad que los Juegos del 92 habían llevado a la máxima expresión, se hizo patente que aquel modelo se había agotado. Por eso tienen sentido muchas de las críticas que los comunes y los cuperos hacen ahora al proyecto de los Juegos de invierno, sin contar con un dato contundente: la capital catalana es una metrópoli con el clima propio de la orilla norte del Mediterráneo.
 
Nadie duda de las buenas intenciones del Govern Aragonès, pero la empresa en cuestión tiene el aire y la música de la vieja política. ¿Deben seguir creciendo Barcelona y Catalunya a golpe de gran acontecimiento universal como si no hubieran cambiado las coordenadas sobre las que nos movemos? No está de más recordar, por ejemplo, que la Comisión Europea ha presentado un plan ambicioso de protección del clima, con trece iniciativas legislativas destinadas a reducir las emisiones de gases un 55% para el año 2030.

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