30 dic 2021 Inútiles al mando
Mis doce mejores amigos y un servidor hemos visto ya la película Don’t look up (No mires arriba), dirigida por Adam McKay. No solo me ha gustado, me parece una de las obras de ficción que mejor retratan eso que llamamos “el mundo de hoy”. Lo más sustancioso de la tradición moderna irreverente inspira esta historia, desde Rabelais hasta Swift, desde Cervantes hasta Valle-Inclán. ¿Para qué sirve una sátira descarnada de este calibre? Para lo más importante: revelar la arquitectura moral del presente.
En este caso, se nos muestra con especial detalle el naufragio de ciertas elites que dirigen gobiernos, empresas y medios, a partir de un argumento propio de la ciencia ficción y el cine de catástrofes: un cometa impactará con la Tierra y se prevé un verdadero apocalipsis. No habrá supervivientes. Nadie de los que mandan queda bien en este tremendo guiñol. Es imposible no ver en los personajes que McKay coloca como marionetas de su fábula a muchos de los políticos, empresarios, gurús, comunicadores e intelectuales que influyen en nuestras vidas. Es imposible no reírse con sus estupideces y, luego, indignarse cuando nos apercibimos de que eso que parece tan exagerado es lo que vivimos cada día, eso a lo que nos hemos acostumbrado en medio del cabreo ritual. Los guionistas se limitan a echar algo de sal y pimienta imaginativas a un material que no deja de ser eso que Josep Pla llamaba “apuntes del natural”. La caricatura siempre nace de una observación aguda de los tipos y las relaciones.
Lo más brillante de Don’t look up es la pintura minuciosa de la actitud que guía hoy muchas decisiones en la esfera pública, un modo de actuar que surge –a mi modo de ver– de tres principios activos: cinismo, estupidez y egoísmo, aderezado con una poderosa mistificación de la información que proporciona la revolución digital y la conversión de nuestra experiencia en datos a disposición de corporaciones que buscan el máximo beneficio. Lo que Shoshana Zuboff explica en La era del capitalismo de la vigilancia está aquí ilustrado con una agudeza que se reviste de ópera bufa.
El retablo de estúpidos de la película es tan sobrecogedor como fiel a los estándares que nos rodean
El cinismo, la estupidez y el egoísmo de los títeres de McKay nos llevan directamente a las reflexiones de Carlo M. Cipolla, que dejó escrito lo siguiente: “No resulta difícil comprender de qué manera el poder político, económico o burocrático aumenta el potencial nocivo de una persona estúpida”. El retablo de estúpidos de la película es tan sobrecogedor como fiel a los estándares que nos rodean. El sabio añadió una idea importante, que es precisamente la que rige esta peripecia de Netflix; según Cipolla, “una criatura estúpida os perseguirá sin razón, sin un plan preciso, en los momentos y lugares más improbables y más impensables”. La conclusión es desalentadora: “Frente a un individuo estúpido, uno está completamente desarmado”. Y la moraleja que se nos sirve no deja lugar a dudas: cuando los estúpidos están al mando, la catástrofe es inevitable.
Al terminar de ver Don’t look up, lo que más me inquietó del filme fue la credulidad y la pasividad de la ciudadanía ante las maniobras de unas elites irresponsables e incompetentes. A pesar de la evidente erosión de la autoridad de los gobernantes contemporáneos y de la creciente desconfianza en la política, la gente se traga unos camelos de tomo y lomo, y parece impermeable a la verdad de una forma suicida. Hay que mirar arriba a menudo, para constatar los muchos inútiles a los que –desgraciadamente– hemos puesto al volante.