28 mar 2012 Francesc-Marc Álvaro: “La memoria histórica es un oxímoron” Entrevista a La Vanguardia
Per Josep Massot
¿Podemos distinguir la mentira dentro de nuestra memoria? ¿La memoria puede dejar de mentir incluso cuando se plantea como un trabajo de recuperación de todo lo que se escondió? ¿Cómo podemos distinguir lo irreal de lo falso y lo real de lo hipotético? Estas son algunas de las preguntas que Francesc-Marc Álvaro se plantea en Entre la mentida i l’oblit (La Magrana), una colección de comentarios: desde las acusaciones a Kundera de haber colaborado con la policía del régimen hasta la apertura de fosas de la Guerra Civil por el juez Garzón; del pacto de amnesia de la transición a la novedad de cómo los medios de comunicación están conformando una historia estrambótica en la cabeza de los telespectadores poco informados. Presentan hoy el libro Salvador Cardús y Muriel Casals en la sede principal de Òmnium Cultural.
La memoria tiene mucho de ficción. ¿Son inseparables?
La intención de mi ensayo es intentar comprender los mecanismos que relacionan la memoria, la política y la creación artística, los elementos de representación ficcional de esta memoria, distinguir el grano de la paja.
Pero a menudo se confunde la memoria con la historia.
El concepto de memoria histórica es un oxímoron. O es memoria o es historia. Quiero trasladar un mensaje más cívico: que la sociedad pueda aceptar que no hay una sola memoria, sino que hay memorias plurales, que se pueda establecer un diálogo constructivo entre cada grupo social y sus memorias, dejando que los historiadores hagan su trabajo serio.
Sapere aude, atrévete a saber, es una divisa de la filosofía. Kant enunció las trampas de las verdades absolutas y el pensamento debole, de Vattimo, dice que la verdad se puede establecer por la vía de un consenso. Pero es preciso establecer una realidad objetiva, ¿no cree?
No soy relativista. Creo que existe una obligación de acometer una operación epistemológica básica y que la historia ha de tener una disciplina de ejercicio crítico y documentado para entender el pasado con cierto distanciamiento. La memoria, en cambio, es hija de un trauma y no la podemos separar de la emoción ni de su sobrecarga emocional; la memoria, por tanto, es traicionera, no se acerca a la verdad en sentido cognitivo, sino que establece una verdad, digamos, poética. De ahí que conecte con el cine, el cómico o la literatura.
Sebald se preguntaba por qué en la literatura alemana casi no había ninguna novela sobre la guerra y Semprún dejó pasar muchos años antes de escribir sobre Buchenwald. Eso enlaza con el derecho al olvido. Usted critica la transición.
La memoria no es sinónimo de recuerdo, sino que es producto de la tensión entre el recuerdo y el olvido.
Como decía un historiador francés, la sociedad puede enfermar si recordamos demasiado u olvidamos demasiado; la cuestión es cómo gestionar las diferentes memorias en el espacio público, sin matarnos.
Hablábamos de la transición…
En este libro no tengo la voluntad de combate del anterior, Els assassins de Franco. Este es más expositivo, tiene más meandros… Lo que no pueden hacer las administraciones públicas es fijar una memoria oficial. Su trabajo es garantizar la restitución a las víctimas y las operaciones de resarcimiento que correspondan. Cualquier memoria oficial, singular, hecha por ley por la administración es imposible de aceptar. Dicho esto, sigo pensando que de la transición se ha construido un mito. No se trata de decir si se hizo bien o mal, sino si el mito todavía alimenta el presente. Todavía hay mucho ángulos oscuros.
Pues empiece ahora. ¿Qué ángulos oscuros hay que iluminar?
El papel en Catalunya de los grandes partidos centrales, socialista y convergente. Se ha silenciado el papel de minorías, de los nuevos libertarios y los ácratas que volvían del exilio, de cómo la transición mezcla las Jornadas Libertarias y el atentado del Scala, tratado por David Castillo. O el papel de los protestantes y los evangélicos, que noveló Ada Castells. O el papel de los movimientos obreros o el de determinadas élites, tanto de la burguesía tradicional como la de las nuevas fortunas en Catalunya.
Una coincidencia entre las visiones políticas de España y de Catalunya es que se suele hablar de una historia soñada, más bien que real.
Quien ejerce poder político suele creer real el mito. Se ha visto ahora, con la mitificación de las Cortes de Cádiz. Soy catalanista pero esto no me impide saber que se han mitificado muchos momentos ni ver cuál es la Catalunya real. Pero sucede lo mismo con las memorias. Hay muchas y todas son reales. Si miro mi memoria, el abuelo Vidal era pequeña clase media, de la Liga. El abuelo Álvaro era de Murcia, de la CNT, y llegó a Catalunya para trabajar. Un tío mío luchó la guerra en el bando republicano y fue deportado y asesinado en Mauthausen. Los padres son la típica generación anestesiada por el franquismo. ¿Cuál es la Catalunya real? Míremos el país en toda su complejidad.