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Francesc-Marc Álvaro | Reconstruir o redecorar
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12 dic 2011 Reconstruir o redecorar

Que los partidos necesitan, en general, ser repensados es una evidencia clamorosa. Que las organizaciones políticas deben abrirse más a los ciudadanos no adscritos también es incuestionable. Todo eso lo sabemos, el problema es que los núcleos dirigentes son conservadores por definición. Esta manera de hacer provoca la esclerosis de los aparatos que, tarde o temprano, se ven entre la espada de la dimisión autocrítica y la pared de la resistencia revestida de propósito de enmienda. En el tablero catalán, el PSC y ERC son partidos que han tocado fondo y que deben hacer frente al reto de recuperarse. Los republicanos han escogido ya una dirección nueva que ha dado los primeros pasos y los socialistas lo harán pronto. 

Quizás porque una multinacional de los muebles lo ha puesto de moda en un eslogan, algunos políticos piensan que basta con redecorar un proyecto para salir del bache. Redecorar sólo es hacer cambios superficiales, retoques aquí y allí. Los dirigentes que no tienen otra intención que redecorar su partido demuestran que no han entendido nada de nada. La política, tal como la hemos conocido hasta ahora, ha envejecido tremendamente. Y no porque haya movimientos como el 15-M o gobiernos tecnocráticos en Italia y Grecia. El envejecimiento de la política democrática proviene, ante todo, de la radical transformación del tiempo de los conflictos que vive cualquier sociedad desarrollada. 

Los medios de comunicación han acelerado el tiempo de la vivencia ciudadana de la política sin que los gobernantes dispongan de una herramienta para tomar decisiones de manera más rápida que hace cien años. Aquí se produce una fractura insalvable, que coloca a los representantes democráticos en un permanente fuera de juego, y eso los obliga a dedicar una cantidad enorme de esfuerzos a justificar su aparente lentitud, falta de reflejos y desorientación. Más que gestionar la contingencia con eficacia, el gobernante es un experto en dar excusas más o menos creíbles sobre su incapacidad para llegar al corazón de los problemas. La democracia es un tren sin frenos que sus conductores no controlan. 

En este nuevo paradigma, que revienta muchas rutinas institucionales, a los partidos no les bastará con redecorarse hábilmente para seguir flotando en el mercado electoral. Más allá de las claves particulares de cada caso, un partido del siglo XXI está obligado a reconstruirse de arriba abajo, porque sus errores son, sobre todo, el fruto amargo de una arquitectura caduca, lo cual no quita responsabilidad a los nombres que han provocado el descarrilamiento. Por ejemplo, de nada servirá celebrar primarias si, a la vez, no se arbitran nuevos métodos de control permanente de los electores sobre el trabajo de los cargos electos. No sé si en ERC y en el PSC han pensado mucho en todo esto.

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