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Francesc-Marc Álvaro | El candidat Miquel Raventós
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01 nov 2012 El candidat Miquel Raventós

Jordi Casanovas, nacido el mismo año en que se aprobó la vigente Constitución, ha escrito una obra de teatro, titulada Pàtria, que confirma aquella idea tan atractiva según la cual, más veces de lo que parece, es la realidad (o la naturaleza, para decirlo como los antiguos) la que imita al arte, y no al revés. El montaje de la obra, que ha dirigido el propio Casanovas, se puede ver en el Teatre Lliure de Gràcia hasta el día 11 de noviembre, cuando ya estaremos en plena campaña electoral, y sólo habrán pasado dos meses desde la Diada de la manifestación multitudinaria.

¿Por qué anoto esta circunstancia? Porque la historia que este vilafranqués ha escrito para los escenarios arranca con la desaparición, a pocas horas del día de las elecciones, de un candidato a la presidencia de la Generalitat que quiere proclamar la independencia de Catalunya, el carismático Miquel Raventós (muy bien interpretado por Francesc Orella), un famoso periodista de televisión que remueve el mundo cerrado de los profesionales de la política y los partidos políticos tradicionales. Según he leído en algunas entrevistas, el autor llevaba elaborando este texto desde hacía varios años, mucho antes de que la oleada de soberanismo catalán transformara de manera tan sustancial la agenda política.

Asistí a la función del jueves de la semana pasada y comprobé hasta qué punto la intersección entre la más rabiosa actualidad y la ficción dramática influye notablemente en las reacciones del público. Lo que está pasando en la calle y en los medios ilumina la representación y, a la vez, la fábula que se nos propone hace lo mismo con los acontecimientos políticos y sociales que vamos viviendo de manera tan acelerada este otoño, con todas las muchas y evidentes distancias que cada uno encontrará. El texto, que bascula entre una épica indignada contra la democracia de las apariencias y un escepticismo radical sobre las posibilidades de verdadera transformación de este juego, no es sólo ni principalmente un alegato a favor de lo que ahora todo el mundo denomina derecho a decidir, aunque es evidente que el autor no esconde su estelada.

Para mí, hay dos grandes asuntos que interpelan al espectador de Pàtria, mucho más que una eventual secesión. Por una parte, hay una crítica muy severa a la maquinaria que crea liderazgos a medida de los electores, tan perversa que hace de la autenticidad de un recién llegado a la política el principal artificio de quien aspira al poder, un asunto clásico que películas como El político (dirigida por Robert Rossen en 1949) han descrito de manera descarnada. Por otra, de manera más sutil, los anhelos de Raventós nos invitan a pensar que la independencia (o cualquier cambio de statu quo), si no va acompañada de una restauración del prestigio y la credibilidad de la política, será un proyecto vacío que nos recordará demasiado lo que tanto criticamos del Estado de que ahora formamos parte. Paradoja de estar como antes bajo una nueva bandera. Esta autocrítica preventiva es la carga de más profundidad que el dramaturgo lanza sobre el debate agitado que hoy existe en la sociedad catalana.

Aunque al conjunto del montaje le pesa un poco la tendencia a simplificar la complejidad de la política que ciertos ambientes artísticos tienen cuando quieren poner de relieve las averías del sistema (como si nuestros escritores no hubieran visto El ala oeste de la Casa Blanca), como le pesa cierto esquematismo de los personajes, quiero destacar la habilidad que Casanovas tiene para abrir el foco y sugerir preguntas más incómodas, que no tienen que ver -como se pensaría de manera automática- con la permanencia de Catalunya en la Unión Europea, sino con la distancia entre las expectativas de la gente y la realización concreta de las cosas.

De hecho, Pàtria analiza el surgimiento y la construcción de una ilusión política reactiva que, de manos de un líder que parece fresco y diferente, puede llegar a hacerse realidad. Precisamente, la gestión inteligente de una voluntad de cambio es la gran cuestión de esta hora que vivimos, el verdadero reto que está más allá y más acá de las tácticas de los partidos, a pesar de que ahora, con la cita del 25 de noviembre tan cercana, hay una superproducción de ocurrencias destinadas a hacer pequeño lo que el 11 de septiembre fue muy grande.

La utilización de la memoria llamada histórica, la mentira como elemento que iguala adversarios, el riesgo de los populismos y la elección entre la patria física y las patrias privadas son otros asuntos que atraviesan una trama de la que todavía sobresale, a mi parecer, una interrogación que tiene que ver con los mitos y realidades del carácter catalán: ¿somos o no somos un pueblo preparado para el heroísmo? Raventós podría ser quien osa decir que el emperador va desnudo o un líder sin peajes o un héroe. Los castellanos construyeron un imperio a partir de una mística heroica que resultó, a la larga, ineficaz ante otras potencias. Los catalanes -afirmándonos modernamente a partir de virtudes radicalmente distintas a las de la espada y la cruz- hemos debido jugar con la astucia y hemos convertido la paciencia en supervivencia. Pujol fue fiel a esta tradición, pero Mas está inventando otra. Por eso atacan al president con tanta furia. Porque no se imaginan un seny que no esconda siempre una derrota.

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