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Francesc-Marc Álvaro | Aigua bruta, no cafè
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27 jun 2013 Aigua bruta, no cafè

Primero fue el café para todos. Después vino el café descafeinado de la Loapa y el trauma de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981. Ahora estamos en la etapa del agua sucia que pretenden servirnos como café dietético y diurético. Rajoy dice que la reforma de las administraciones debe ser, sobre todo, un adelgazamiento de las autonomías. Siempre hay, en la política española, nostalgia de 1976. La crisis alimenta la fantasía de la máquina del tiempo. Además de las previsibles quejas catalanas, algunos barones del PP y del PSOE han expresado, con más o menos sordina, que no harán caso de las recomendaciones de la Moncloa, aunque Montoro cree que el Fondo de Rescate obrará milagros entre los más díscolos. Las lealtades periféricas dependen de este montaje, como bien han corrido a recordar los populares valencianos, faltos de guita.

La España de las 17 autonomías explicada como un banquete con café para todos es una de las expresiones más tópicas y más desgraciadas de la cultura política de la democracia. Pero tiene la gracia de traducir plásticamente el pensamiento profundo de los inventores de la cosa. Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra se dieron cuenta de que de Catalunya sólo podía haber una y por eso el resto debía pasar por el aro, salvo los andaluces, que pesaban mucho en las urnas. Hoy, las autonomías molestan a la Moncloa pero, a la vez, son el espacio de articulación de las élites provinciales sin las cuales ni PP ni PSOE serían nada. Paradoja que se salva mediante el chivo expiatorio: autonomía sí, pero cuanto más vacía mejor. Una carcasa decorativa.

Antes, a este tipo de operaciones las llamábamos recentralización. ¿Cómo hay que denominarlas hoy? Más allá de confirmar la reedición de una tendencia que Aznar puso en marcha durante su segundo mandato, me fascina la estrategia que hace coincidir la reducción de las autonomías con el auge soberanista en Catalunya. Es decir: cuando una parte importante de la sociedad catalana dice que la autonomía no sirve y apuesta por un Estado propio, los estrategas del diálogo confirman la premisa del adversario y proclaman que el objetivo del Gobierno es quitar competencias y servicios a las autonomías, bajo la excusa de reducir el déficit y racionalizar el gasto. ¿Quién recomienda tirar gasolina al fuego en este momento? Otra vez, la evidencia: la máquina más potente de fabricación de independentistas está en la calle Génova.

Los historiadores que se dediquen a estudiar nuestro presente tendrán trabajo para comprender la peculiar manera como el Madrid político y económico gestionó el cambio de mentalidad en la sociedad catalana de primeros del siglo XXI. Todo lo contrario de lo que hace Londres con Escocia. Según un amigo que habla a menudo con próceres de la capital española, «piensan que Mas va de farol y tampoco tienen conciencia del papel secundario de los partidos en este proceso». Con todo, las últimas encuestas inquietan incluso a los que habitualmente sostienen que todo es una reacción emocional que, tarde o temprano, bajará.

¿Dónde está el muelle que se afloja? Vamos a los clásicos. Dentro de la muy recomendable Biblioteca del Catalanisme, que edita RBA, acaba de salir Espanya i Catalunya, de Pierre Vilar, un volumen que pone al alcance del público la enjundiosa introducción que el historiador francés hizo a su monumental obra Catalunya dins l’Espanya moderna. Leer hoy estas páginas permite adivinar cambios de rasante insospechados en los debates que nos ocupan. Vilar escribe que «es el deseo frustrado de forjar el grupo español a imagen de la nación moderna, sobre la industria y el mercado nacional, que lanzó a los doctrinarios y los hombres de acción catalanes hacia los sueños históricos de un Estado para ellos y de una nación catalana». ¿Qué deben pensar al respecto los dirigentes de Foment del Treball Nacional, ausentes ayer de la reunión solemne del Pacte Nacional pel Dret a Decidir? Nadie debería confundir el hecho de que un catalán ocupe la presidencia de la CEOE con la catalanización del Estado, y menos cuando el escándalo de Bankia ha puesto al descubierto que los peones de la centralización financiera promovida por el poder político español sabían muy bien quién debía ser el grupo rector ganador (y el perdedor) de este nuevo reparto. Lo que Cambó intentó y lo que Roca Junyent no pudo actualizar es hoy una bandera que querrían coger los partidarios del nuevo pacto fiscal si no fuera porque la capacidad de influencia de las élites catalanas en este sentido es descriptible. Si no fuera también porque algunos han descubierto las maravillas del pacto fiscal cuando en la torre del vecino -hombre de orden- han visto ondear la estelada.

El maragallismo presidencial fue el último reformismo hispánico desde Catalunya y nos condujo, de la mano de Mas y Zapatero, a un Estatut capado por el TC. Las intenciones eran buenas. El resto del relato es conocido. Ante el malestar catalán transformado en una ruptura controlada, los asesores de Rajoy recomiendan que la reserva india sea más pequeña, más precaria y más reserva. Agua sucia para los que, pasando ya del café (y la copa y el puro), exigen la llave y el duro. Esto será -no lo duden- un gran éxito de los separadores más que de los separatistas, auguro.

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