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Francesc-Marc Álvaro | Macià o la decepció
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25 jul 2013 Macià o la decepció

Cuando intento explicar a alguien de fuera de Catalunya lo que representa el movimiento soberanista y las causas de esta situación, siempre menciono la sentencia del TC sobre el Estatut que había sido aprobado en referéndum en 2006. El verano de 2010, hubo una enorme decepción entre miles de catalanes que todavía confiaban en el arbitraje de las instituciones españolas. No se entendería la apuesta de Mas sin esta decepción y sin el engaño de Zapatero durante la negociación del texto estatutario. Saber hoy que el nuevo presidente del TC es militante del PP y que tiene una fobia manifiesta a todos los nacionalismos (menos al suyo) no hace más que confirmar que el drama de Catalunya es tener un Estado en contra más que carecer de Estado propio.

He escrito la palabra decepción con toda la intención para subrayar la base moral, prepolítica, que tiene el movimiento catalán que Madrid desprecia, ridiculiza o desfigura sin analizarlo seriamente. Hay quien piensa, equivocadamente, que el soberanismo crece a partir de un supuesto odio visceral a España. Nada de eso. El sentimiento mayoritario previo a la toma de conciencia de la vía independentista es la decepción, un fenómeno que produce tristeza. Decepción por el hecho de constatar que la España plurinacional no existe ni interesa fuera de Catalunya. Los decepcionados, con el tiempo, se hacen soberanistas. Hay muchas personas que ahora dicen querer un Estado catalán y que, antes, estaban cómodos con la autonomía y votaban opciones como CiU, PSC e ICV.

Si se repasa la historia del catalanismo, se ve que la decepción tiene un papel fundamental ahí. Pensaba en ello hace unas semanas, mientras visitaba la exposición permanente sobre Francesc Macià que se puede ver en el magnífico Espai Macià, en Les Borges Blanques, la localidad que fue el epicentro de la carrera del presidente nacido en Vilanova i la Geltrú. Mientras Josep Segura me iba mostrando los documentos y objetos que permiten entender la vida y la trayectoria de l’Avi, no me podía quitar de la cabeza la paradoja que supone que el primer líder independentista fuera alguien que había sido, durante treinta años, oficial del ejército español y admirador de Alfonso XIII. ¿Qué cambió la mentalidad de este teniente coronel monárquico?

El historiador Josep M. Roig Rosich ha dedicado varios estudios al primer líder de masas de la Catalunya contemporánea. En su libro Francesc Macià. De militar espanyol a independentista català (1907-1923), nos ofrece un relato documentado de la evolución de este político. Como es sabido, es el asalto de unos militares a la redacción del ¡Cu-Cut!, en 1905, y la posterior aprobación de la llamada ley de Jurisdicciones lo que provoca la entrada de Macià en política dentro de Solidaritat Catalana, el movimiento electoral interclasista que reunió bajo un mismo paraguas a los catalanistas de todas las tendencias. En aquel momento, un joven Cambó y un desconocido Macià formaban parte del mismo proyecto. La victoria electoral de los solidarios fue aire fresco en las Cortes españolas, un regeneracionismo que aspiraba a un reconocimiento de Catalunya dentro de una España moderna. Macià era una de las voces de este espíritu de unidad que duraría muy poco.

Aunque las presiones corporativas le obligaron a renunciar a la condición de militar (cosa que no pasaba con oficiales diputados de los partidos dinásticos), Macià consideraba entonces perfectamente compatible el patriotismo español, la demanda de autonomía catalana y la lucha contra el caciquismo. Sin embargo, a pesar de trabajar en asuntos concretos relacionados con su distrito, las Cortes le decepcionaron profundamente, veía la institución como una farsa, nunca encajó en Madrid, y abandonó su escaño en las postrimerías de 1915. Forzado por sus electores, regresó más tarde a la Cámara baja, cuando el impacto de la Primera Guerra Mundial, el caso irlandés, la crisis social y la inestabilidad política lo llevan a nuevos planteamientos. Se da cuenta de que la reforma de España es imposible. Sin partido propio todavía, busca su espacio. El 5 de noviembre de 1918, según Roig Rosich, encontramos la primera formulación independentista de Macià en un discurso en el Congreso, donde le escucha Cambó, ministro de Fomento de Maura: “Yo solemnemente os digo que nosotros queremos formar una nacionalidad catalana libre e independiente”. La decepción se transformó en un objetivo histórico. Él sí quería ser el Bolívar de Catalunya.

En sus Memòries, el líder de la Lliga tilda a Macià de iluminado y escribe que su adversario se convirtió en “el símbolo y la representación de Catalunya”, aunque nadie le tomaba en serio durante los primeros años de la dictadura de Primo de Rivera. Cambó, que era más inteligente, más organizado y más moderno que Macià, no supo leer la oleada de cambio de 1931 y unió su suerte a la de una monarquía apolillada, un error que Gaziel comentó amargamente. Ironías de la historia. Y una gran lección para los políticos catalanes de hoy. Como también lo es que Macià tuviera que renunciar a la República Catalana pocas horas después de proclamarla, para no perjudicar a la naciente Segunda República Española.

Esta fue otra decepción, pero demasiado tardía para poder transformarla en un nuevo proyecto.

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