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Francesc-Marc Álvaro | Repetir proeses
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20 sep 2013 Repetir proeses

Me preguntan si estoy a favor o en contra de unos Juegos Olímpicos de invierno en Barcelona y no sé qué pensar. He escuchado voces muy razonables que se oponen a ello y voces también muy razonables que lo abonan y me quedo igual. El alcalde Trias dice que quiere hacer una consulta ciudadana sobre este asunto y me viene a la cabeza aquel referéndum que organizó el anterior alcalde, Jordi Hereu, sobre la reforma de la Diagonal. Y celebro no estar empadronado en la capital catalana, porque entonces tendría que mojarme, como pide Trias. Aunque, vista la magnitud y el impacto de unos hipotéticos Juegos de invierno, alguien podría pensar que también podrían votar los catalanes que viven fuera de Barcelona o, al menos, los de las comarcas pirenaicas, que serían escenario de muchas de las pruebas deportivas.

Ahora bien, en cambio, tengo un criterio bastante más claro sobre uno de los debates que atraviesan esta hipótesis olímpica: me refiero a la discusión sobre la estrategia que una gran ciudad como Barcelona debe aplicar para modernizarse y lavarse la cara cada x años. Me parece que eso de avanzar a golpe de acontecimiento colosal no puede ser un método habitual para hacer ciudad. Porque reclama demasiados recursos dedicados al envoltorio y a las ceremonias políticas de venta que rodean este tipo de operaciones. Aunque, supuestamente, estas fiestas acaben generando beneficios para una comunidad.

Es un hecho que los Juegos de 1992 sirvieron como megaexcusa para que Barcelona diera un salto histórico y se abordasen una serie de obras que, contempladas por separado, sin la lluvia de dinero público y privado y sin un plazo inflexible, quizás no se habrían concretado nunca o no habrían tenido la ambición que tuvieron. De acuerdo hasta aquí. Entre el enaltecimiento acrítico del momento olímpico y el ataque furibundo, debe haber un punto medio de consenso según el cual podemos convenir que, a partir de 1992, tenemos una Barcelona mejor pero con nuevos problemas y carencias. Seamos justos.

Dicho esto, no es saludable, en términos políticos y sociales, pensar que toca repetir aquella gran experiencia cada década, sólo porque una vez salió muy bien. La prueba de este error es el olvidable Fòrum de les Cultures 2004, un esfuerzo fallido por volver a ser lo que habíamos sido durante 1992, obviando que las cosas cambian y nosotros también. La nostalgia con fanfarrias de las élites socialistas municipales y sus afines resultó una trampa muy cara.

A mí denme una Barcelona que piense en sus habitantes y en los que entramos cada día en ella para trabajar, además de pensar en el turismo. Denme una ciudad que avance sin necesidad de organizar un gran spot cada diez años, no vaya a ser que la vida normal nos invitara a olvidar los castillos en el aire.

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