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Francesc-Marc Álvaro | Racisme, odi, oblit
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23 ene 2014 Racisme, odi, oblit

De la misma Francia de la que nos llegan los asuntos de faldas del presidente de la República también nos llega la polémica generada por el humorista Dieudonné Mbala, que, dentro y fuera de sus espectáculos, emite mensajes enfermizos contra los judíos, que conectan con el antisemitismo clásico y con el negacionismo de los fascistas y los islamistas radicales. Como es sabido, el Consejo de Estado ha prohibido actuaciones del cómico a instancias del ministro de Interior, Manuel Valls. Dieudonné, simpatizante del Frente Nacional (FN), ha sido multado varias veces por alimentar el odio. El supuesto artista tiene éxito entre determinados públicos, donde puedes encontrar al joven desarraigado de la banlieue, al votante de Le Pen y al profesor de extrema izquierda que no quiere distinguir entre los judíos y las políticas de Israel. La tesis de Dieudonné es rancia, simple y fácil de resumir: los judíos tienen el poder, controlan el sistema desde la sombra y son la causa de todos los males. Es una tesis que nos retorna al horror.

Aunque Franco tenía una obsesión con lo que llamaba «la conspiración judeo-masónica», aquí cuesta de entender este tipo de polémicas por un hecho básico: los judíos fueron expulsados por los Reyes Católicos en 1492 y, pasados los siglos, la posición periférica de España durante la Segunda Guerra Mundial hace que todo lo que tenga relación con el holocausto sea ignorado o muy mal entendido por el gran público y por personas que deberían tener un conocimiento documentado de esta página negra. Para rematar, es obvio que el peso de la comunidad judía en la España de hoy no es equivalente al papel relevante de los judíos en Francia. Y no olvidemos otros factores (la numerosa presencia de ciudadanos musulmanes o el peso electoral del FN) que hacen del Estado vecino un lugar especialmente sensible cuando se trata de equilibrar identidades, creencias, derechos y lealtades democráticas.

Hace pocos días, un canal de televisión español emitió La llave de Sarah, una película de Gilles Paquet-Brenner basada en una novela de Tatiana de Rosnay, que habla de la rafle du Vel’ d’Hiv, la mayor operación realizada contra los judíos en la Francia colaboracionista, el 16 de julio de 1942. Más de 12.000 judíos fueron detenidos por la policía de Vichy y encerrados, la mayoría, en el Velódromo de Invierno, convertido en prisión, desde donde fueron posteriormente conducidos a campos de tránsito y, finalmente, a campos de exterminio. El filme explora las dificultades de los franceses de hoy a la hora de asumir un pasado cargado de culpas y silencios, muy alejado de las fotos heroicas de la Francia que desfiló junto a los vencedores. La vergüenza y la memoria se convierten en lo mismo para los personajes de aquella historia. La peripecia de los judíos franceses es un estorbo ante el que se tiende a disimular.

La relación de la República (con sus valores supuestamente universalistas) y los judíos está poblada de fantasmas. El caso Dreyfus no fue vacuna suficiente, el prejuicio y el odio perduraron en una sociedad que abrazaba la modernidad… A veces, todo eso retorna de manera abrupta: la detención y expulsión, el pasado octubre, de la joven gitana kosovar Leonarda Dibrani, por orden del mismo ministro que persigue a Dieudonné, no contenía un mensaje especialmente respetuoso para las minorías. Dar señales tan contradictorias no inhabilita para gobernar.

El sociólogo Wieviorka ha escrito en Le Nouvel Observateur que «el racismo ha cambiado de rostro» y se ha hecho más sutil. El criterio de este experto es sugerente y ubica el debate en el terreno de los derechos, en una sociedad multicultural que tiene una estructura institucional que confunde integración y asimilación. Esta es una discusión que Europa debe hacer de manera serena y evitando los populismos. Ahora bien, las peligrosas estupideces que Dieudonné difunde son, me parece, un asunto de fanatismo más que de racismo, aunque detrás de un racista acostumbra a haber un fanático o algo parecido. El cómico francés es un fanático que sube a los escenarios en vez de presentarse a las elecciones. Dieudonné tiene un problema con la verdad más que con los judíos, como acostumbra a pasarle a quien vive en el fanatismo.

El escritor israelí Amos Oz ha escrito que «la semilla del fanatismo siempre brota al adoptar una actitud de superioridad moral que impide llegar a un acuerdo». Hoy hablamos de París pero se podría aplicar el mismo esquema a ciertos políticos, más próximos, que se dedican a impedir, por ejemplo, que una emisora de radio se pueda escuchar en un territorio vecino. El fanático, como también señala Oz, puede ser cualquiera y por eso hay que vigilar. La superioridad moral conduce a prescindir de la verdad y se fundamenta en el prejuicio y la mentira. Por eso, el fanático desprecia el conocimiento del pasado y no tiene ningún problema en decir que las cámaras de gas, o el tráfico de esclavos, o la destrucción militar de una ciudad no existieron. El olvido de la historia es el campo abonado del fanatismo. Al fanático siempre le da pereza salir del presente. Por lo tanto, no descartemos que, ahora que aparecen nuevos partidos ultras en España, Dieudonné acabe actuando un 20 de noviembre en el Valle de los Caídos. Tendría un gran éxito.

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