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Francesc-Marc Álvaro | Faula de l’intocable
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04 mar 2016 Faula de l’intocable

Hoy es un hombre juzgado por presuntos delitos muy graves en un tribunal. Cuando todo acabe, se nos dirá si es culpable o inocente. En estos momentos, él tiende a hacerse pasar un poco por tonto. Dicen los que saben que, a veces, hacerse el idiota sirve para eludir una condena. Ya veremos. No hay que descartar ninguna hipótesis. Obviamente, él tiene derecho a la presunción de inocencia, de la misma manera que nosotros tenemos derecho a subrayar que sus declaraciones presentan vacíos de memoria inauditos, para decirlo con elegancia.

A raíz de su imputación, una buena fuente, de total crédito, me hizo saber directamente un dato del pasado del personaje. Es un detalle menor, aparentemente: siendo ya una figura relevante del mundo del deporte y viviendo en la capital catalana, al parecer el muchacho era conocido por sus vecinos de escalera por incumplir sistemáticamente –reiteradamente– el pago de los gastos de la comunidad, lo cual le hizo muy popular –como no podía ser de otra manera– entre las buenas personas que tuvieron la suerte de coincidir en el espacio-tiempo con alguien llamado a responsabilidades tan altas. A pesar de los reiterados avisos, el ciudadano y deportista pasaba olímpicamente –nunca mejor dicho– de sus obligaciones esenciales como ocupante de aquel piso, lo cual chocaba con su imagen pública de buen chico.

Dejar de pagar el recibo de tu comunidad cuando es evidente que no pasas dificultades económicas sino todo lo contrario no te convierte automáticamente en un criminal, por supuesto. Sólo hace de ti un vecino caradura y despreciable. Para mantener una actitud tan incívica y tan insolidaria hay que estar hecho de un material determinado, sobre todo para soportar las miradas y los comentarios del resto de vecinos. Hay personas que van así por la vida desde jóvenes y, con un poco de suerte, pueden parecer grandes señores, incluso altruistas admirables. Piensen en el mítico Fèlix Millet, un prohombre dedicado al arte de la rapiña, capaz de engañar a todo el mundo que le rodeaba con una habilidad sensacional, incluido el consuegro. Ahora bien, el mérito principal de Millet no es su técnica refinada para enriquecerse de manera ilícita, sino el conservar la máscara de gran patricio una vez se ha destapado su naturaleza delincuencial. En eso sólo ha sido superado por Rodrigo Rato, que mantiene el ademán de señorito encantado de haberse conocido.

La criatura que no pagaba el recibo del inmueble donde vivía se sienta ahora en el banquillo de los acusados y debe pasar largas jornadas explicando sus negocios con gente importante. Tal vez todo fue un gran malentendido, lo de la comunidad de vecinos y lo que vino después. El malentendido de pensar que, hagas lo que hagas, eres intocable.
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