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Francesc-Marc Álvaro | Estat de setge
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29 dic 2016 Estat de setge

Nada hacía pensar, hace un siglo, que Irlanda sería un Estado independiente. Era una hipótesis descartada por los británicos, por la mayoría de irlandeses y por los que, desde fuera, observaban la vida de la isla, como Antoni Rovira i Virgili, escritor, ideólogo del catalanismo y estudioso de los nacionalismos. Pensé en Rovira i Virgili mientras visitaba la magnífica exposición ubicada en el edificio de Correos de Dublín –conocido por las siglas en inglés, GPO– que explica la insurrección de Pascua de 1916, una revuelta que cambió la historia del país y que se ha conmemorado este año que ahora cerramos; el GPO es el principal lugar de memoria de la moderna República de Irlanda: desde aquí, Pearse y Connolly dirigieron la resistencia contra las tropas del imperio más importante de esa época.

Como es sabido, el ejército británico aplastó en menos de una semana el levantamiento de los independentistas. Los siete firmantes de la Proclamación de Independencia fueron ejecutados, igual que nueve dirigentes más del movimiento, entre los cuales estaba Roger Casement, exdiplomático que había tomado conciencia del trato colonialista que sufría su país. Casi dos mil personas fueron deportadas y encarceladas por haber participado en el Easter Rising. El contexto –la Primera Guerra Mundial– propició una represión durísima, enmarcada en el relato oficial de la traición al imperio; hay que recordar que había muchos jóvenes irlandeses luchando en Francia y Bélgica. El nacionalismo irlandés mayoritario en aquel momento era autonomista, articulado en torno al Partido Irlandés, que hacía de bisagra en el Parlamento británico, como socio de los liberales. Bajo el liderazgo de John Redmond, su objetivo era el establecimiento del autogobierno o Home Rule, un asunto que había quedado congelado al estallar la Gran Guerra. Los fenianos y sus continuadores –partidarios de la secesión– no marcaban la agenda, aunque tenían una fuerte presencia en asociaciones deportivas y culturales.

En la edición de julio de 1914 (pocos días antes del comienzo de la guerra) de la obra Història dels moviments nacionalistes, Rovira i Virgili hace este vaticinio sobre Irlanda: “Creemos que el Home Rule representa la solución o la cuasi solución del problema político irlandés; pero no la solución del integral problema nacionalista”. El tarraconense indica que los separatistas presentan esta salida como un engaño, pero añade que “la gran mayoría del pueblo irlandés tiene su confianza puesta en el partido capitaneado por Redmond y cree en la eficacia del Home Rule”. Asimismo, en su estudio sobre el nacionalismo catalán como factor de modernización, Vicente Cacho Viu nos recuerda que el catalanismo que tenía voluntad de intervención política en Madrid buscó vías en el ejemplo de los húngaros y de los irlandeses. Valentí Almirall quería un “gran partido catalán” que “como los irlandeses, debe trabajar para tener representantes en todas partes, desde las Cortes de la nación hasta el último municipio”. Aunque Irlanda no era un modelo interesante para los catalanistas, a causa del peso de la religión y del debate sobre la propiedad de la tierra, sirvió –según Cacho Viu– para inspirar el movimiento unitario –tan breve– de la Solidaritat Catalana, en 1906.

En un primer momento, los insurrectos irlandeses de 1916 fueron considerados unos locos por parte de la mayoría de sus conciudadanos. La prensa local y la inglesa los trató con hostilidad, y el Gobierno británico exageró los contactos de los rebeldes con los alemanes para alimentar el rechazo popular. Pero la represión fue tan extrema que la consideración general de los perdedores se modificó en pocas semanas. Las ejecuciones de los líderes nacionalistas generaron un cambio gradual de la opinión pública y los que eran calificados de fanáticos y traidores fueron vistos como héroes y mártires. La prensa estadounidense y los grupos organizados de irlandeses en Nueva York y otras ciudades influyeron en este nuevo enfoque. La derrota militar se transformó en una victoria de la opinión pública. El general Maxwell, responsable de imponer la ley marcial, pensaba que la mano dura acabaría con el problema irlandés para siempre. El primer ministro británico, el liberal Asquith, se dio cuenta de que las represalias habían conseguido el efecto contrario y ordenó que se detuvieran las ejecuciones.

Ahora y aquí, uno de los más notables fundadores de C’s ha tenido el bonito detalle de recordar, hablando de Catalunya, que la Constitución prevé la aplicación del estado de sitio. Al oírlo, pensé en la verde Irlanda, salvando todas las distancias, claro. La actual revuelta catalana es pacífica. En las primeras elecciones después de la guerra, en diciembre de 1918, los independentistas del Sinn Féin consiguieron 73 de los 105 diputados que Irlanda enviaba al Parlamento británico, mientras que los autonomistas quedaron reducidos a la mínima expresión. El pueblo irlandés cambió completamente de mentalidad en sólo dos años y el objetivo de la independencia dejó de ser un sueño de cuatro gatos.

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