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Francesc-Marc Álvaro | El garrote del Minotauro
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08 mar 2019 El garrote del Minotauro

Hacen su aparición estelar en el Tribunal Supremo para dar cuenta de los detalles de lo que sucede cuando los porrazos desplazan a las palabras. Dan su versión de los hechos los que eran máximos responsables de la Policía Nacional y de la Guardia Civil en Catalunya, bajo las órdenes, durante el otoño catalán del 2017, del coordinador general Diego Pérez de los Cobos, que declaró el martes y el miércoles. Un tío mío los llamaba “gente de gorra”. Como había hecho la guerra, mi tío conocía la diferencia entre los de la gorra y los ciuda­danos corrientes. Llevan gorra los militares y los policías, aquellos a los que el Estado encarga eso que los manuales de ciencia política denominan –asépticamente– el monopolio de la violencia legítima. Ayer, comparecieron –sin gorra y vestidos de paisano– Sebastián Trapote, excomisario jefe de la Policía Nacional, y Ángel Gozalo, exjefe de la séptima zona de la Guardia Civil (luciendo corbata verde). Eran dos tipos desconocidos para el gran público hace unos meses, volverán a serlo dentro de un tiempo. La transparencia de lo que controla la transparencia.

Desde el primer momento de la sesión, son constantes las alusiones al mayor de los Mossos d’Esquadra, Josep Lluís Trapero (que ha sido citado para declarar la semana próxima), al que los dos testigos presentan como un hombre “reacio a ser coordinado”. Los fiscales, primero Madrigal y luego Cadena, insisten en preguntar y repreguntar sobre la actitud del que fue responsable máximo de la policía catalana, que será juzgado por delito de rebelión en la Audiencia Nacional. Recordemos que la Fiscalía solicita once años de cárcel para quien lideró la respuesta policial tras los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils del 17 de agosto del 2017. Se nota en el aire que Trapero es considerado algo cercano a un traidor por los jefes de los otros cuerpos.

Al igual que hizo Pérez de los Cobos, Trapote y Gozalo siembran dudas sobre la lealtad del mayor de la policía catalana porque preparó “un plan como si fueran unas elecciones normales”, lo cual desemboca en la segunda tesis de ambos testigos: los Mossos actuaron con “pasividad” e “inacción” a la hora de cumplir las órdenes judiciales dictadas para impedir el referéndum unilateral. El comisario Trapote califica el dispositivo previsto por los Mossos de “insuficiente, inadecuado e ineficaz”. Por todo ello, a primera hora del 1 de octubre, Pérez de los Cobos comunicó a sus subordinados que “pasábamos al plan B, la sustitución de los Mossos”. Cuesta creer que eso no se hubiera decidido mucho antes.

A diferencia de lo que ocurrió con las comparecencias de Rajoy, Sáenz de Santamaría y Zoido, los que hoy declaran son y se saben piezas sólidas de la maquinaria del Estado. Los profesionales de la fuerza. La gorra y la jerarquía. Constituyen el palo macizo del Minotauro, imprescindible. Jaume Vicens Vives escribió que los catalanes somos un pueblo que no ha comprendido la naturaleza del Minotauro, esto es el poder y, por eso, según el autor de Notícia de Catalunya, no hemos conseguido convertir el hecho nacional en un Estado-nación. Antes de la rara declaración de independencia y del 155, el diagnóstico de Vicens Vives parecía fatalismo pesimista, pero hoy reaparece como un esquema esclarecedor. El Minotauro español empleó la violencia y el independentismo catalán se sorprendió, porque había olvidado las tesis del célebre historiador gerun­dense. ¿Ingenuidad? ¿Desconocimiento? Si no conoces al adversario, vas vendido. El abogado Pina pregunta por qué no hubo mediación en los centros de votación en vez de golpes y cargas. Trapote se pone algo nervioso, no contaba con esa pregunta, que es de otra galaxia. ¿Mediación? El Minotauro se impone y punto. Al final, el comisario responde que no había nadie, entre los manifestantes, que quisiera mediar. Esto no es un juicio, es una batalla cultural, lo que explica la presencia del partido ultra Vox en el papel de acusación popular.

Durante la jornada del referéndum del 1 de octubre, policías y guardias civiles cargaron con extrema dureza contra los votantes congregados. La brutalidad de esas actuaciones se vio en medios de todo el mundo y ha dejado huella en la sociedad catalana. Eso existió sean cuales sean las sentencias. Los que dieron las órdenes, pretenden, ante el tribunal, un giro radical del relato que ha fijado el bando enemigo, es la tercera tesis de su recital: los ciudadanos que acudieron a los colegios electorales no eran pacíficos, eran presa de “una excitación que mudaba en actitudes violentas”, en palabras del general Gozalo. El juicio se transforma, de nuevo, en una ceremonia de tuneado selectivo de los hechos, un intento esforzado de lavado de cara del Minotauro. Las defensas consiguen que afloren algunas contradicciones y lagunas inexplicables, pero no rompen la sintaxis blindada de los comparecientes. Nadie aclara, por cierto, la causa de que las grabaciones policiales de las cargas no se incorporasen al sumario.

Por la tarde, el testimonio de Manel Castellví, exjefe de la comisaría general de Información de los Mossos d’Esquadra, remata –sin pretenderlo– la lección magistral sobre tener un Estado detrás o no tenerlo. A pesar de ser también hombre de gorra, Castellví no tiene nada que ver con los anteriores comparecientes. Está bastante nervioso cuando comienza a responder al fiscal Zaragoza. Este policía se sabe lejos del Minotauro, caminando sobre cristal, atrapado entre una política de pirotecnia y el sentido institucional. Los Mossos advirtieron a Puigdemont que era mejor no celebrar el referéndum, lo cuenta cariacontecido. Brota, inevitable, una de las moralejas de esta novela de política, en la que el lector nunca sabe donde hay ficción y donde guiño histórico. Forn, que se sienta junto a Junqueras y Romeva tras la bancada de los abogados, pone cara de circunstancias mientras Castellví responde vacilante y se mete en jardines infinitos. En las antípodas, hace un rato, el general Gozalo ha hecho un spot de la Guardia Civil citando el himno del instituto armado –“el orden y la ley”– y hemos visto al Duque de Ahumada a lomos del Minotauro. La declaración de Castellví resume, sin querer, una gran contradicción del proceso soberanista: ensayar una ruptura desde la administración y la calle, pero no del todo. Para tener un Estado hay que comprender, sin filtros, que el Minotauro es siempre Leviatán.

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