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Francesc-Marc Álvaro | El buen polarizador
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05 dic 2019 El buen polarizador

Paul Engler, teórico de la desobediencia civil, pasa por Barcelona para presentar la traducción de su libro al catalán, que se está vendiendo muy bien. En una entrevista con el digital VilaWeb, hace varias consideraciones gene­rales sobre su tema y también sobre la situación catalana. Entre otras cosas, da ­este consejo: “Yo no digo que la lucha por la independencia sea buena o mala. Pero si quieres ganar debes hacer eso: hacer crecer la tensión y polarizar. Lo dice la teoría. Y debes saber que crearás una reacción de extrema derecha. Y eso tiene consecuencias para España”. Este profesor estadounidense, que se declara cristiano contem­plativo y místico, añade que el proceso para alcanzar la independencia de Catalunya “será una lucha larga y ago­tadora”. “Si los catalanes queréis ganar, tenéis que polarizar mucho más. Presionar mucho más. Y aceptar altos niveles de sacrificios y alteración. Si queréis ganar, es ­inevitable. Y otra cosa: mi predicción es que habrá más represión”, dice.
 
El president Torra –entusiasta de estas tesis– escribe un tuit donde dice que “todo el independentismo debería escuchar atentamente” las reflexiones de Engler. La polémica está servida, por dos motivos: el contexto actual de negociación de ERC y el PSOE en Madrid y la tendencia habitual de Torra a manifestarse como un activista más que como la principal figura institucional. El estadounidense no dice nada nuevo, pero obtiene un cierto eco porque remarca lo que algunos quieren escuchar, sobre todo los que todavía se aferran al esquema unilateralista y la creación de un momentum . Aparte de Torra, la CUP también está en esta línea, como ha hecho saber su portavoz cuando ha dicho que sin un nivel de “conflictividad y movilización” en las calles y las instituciones no habrá referéndum de autodeterminación. El frente del “cuanto peor, mejor” tiene una intensa representación en las redes sociales, pero no disfruta del mismo éxito en las elecciones, donde ahora se impone ERC con su giro estratégico gradualista.
 

Engler explica cosas obvias que sólo escandalizan a quien no sabe nada sobre la desobediencia civil

 
Engler explica cosas obvias que sólo escandalizan a quien no sabe nada sobre esta cuestión y a quien quiere criminalizar cínicamente a los independentistas tratando de presentar la polarización como sinónimo de violencia. A mí, lo que me llama la atención es la evidente ignorancia de este académico (no menor a la de muchos académicos españoles) sobre la sociedad catalana, un desconocimiento que tiene una consecuencia muy grave: en sus respuestas a VilaWeb , no menciona (ni parece tener presente) que la mitad de los catalanes no son favorables a la secesión. Toda su argumentación sobre la polarización se limita a describir el pulso entre el independentismo y los poderes del Estado, sin contemplar la polarización interna de la sociedad catalana, un asunto central sobre el que ya han empezado a reflexionar varios dirigentes independentistas en prisión como Cuixart, Junqueras, Forcadell, Sànchez o Romeva.
 
El error del experto estadounidense no es una anécdota. Antes de ofrecer su receta, no se ha preocupado de analizar si la mayoría de la sociedad catalana (y, sobre todo, si la mayoría de los sectores independentistas) quiere este camino de más tensión. En términos revolucionarios clásicos, y según los manuales, echar más leña el fuego hace posible que se pueda pasar de una situación potencialmente insurrecional a una verdadera insurrección, mediante algún hecho que, eventualmente, haría saltar la chispa. Engler, desde postulados pacíficos de desobediencia civil, sugiere la necesidad de ir fabricando, con una polarización creciente y planificada, el momento de la, digamos, insurrección desobediente. Pero falla la previa: Catalunya, a pesar de la cárcel y el exilio de los líderes del procés , a pesar de la sentencia del Supremo, a pesar de las detenciones de miembros de los CDR, y a pesar de otros factores, no vive una etapa preinsurrecional. Basta con pasear por Barcelona, por las capitales de las comarcas y por los pueblos (incluso donde las estelades son masivas en los balcones) para darse cuenta de que no es­tamos en el Kurdistán, ni en Tíbet, ni en Ucrania. La distancia entre los hechos y las palabras vuelve a crear malentendidos que obstruyen cualquier diagnóstico. Por cierto, en España, los que más polarizan (Vox y Cs) no explican sus intenciones.
 
Detrás de todo eso, está la cuestión embrollada del precio de la independencia, en términos políticos, económicos y sociales. Al respecto, alguien ha tenido el coraje de coger el toro por los cuernos: la consellera Àngels Chacón, cuando ha manifestado que “la pregunta que hay que hacer a la población es este precio, fijarlo, y preguntar si estamos dispuestos a pagarlo”. La responsable de Empresa i Coneixement ubica el debate estratégico en la descarnada realidad. Esto, claro está, rompe la promesa de un atajo épico a la independencia, como sugiere el president. Pero ahora ya sabemos que, en el caso de las pancartas en el balcón de Palau, por el que seguramente inhabilitarán a Torra, la polarización ha sido un gol en propia puerta.

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