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Francesc-Marc Álvaro | El mártir suspende
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27 ene 2020 El mártir suspende

Si yo fuera el president Torra, estaría preocu­pado por los datos siguientes: el 61,6% de los catalanes piensan que el Govern “no sabe cómo resolver los problemas del país”. Cuidado: eso indica que seis de cada diez ciudadanos perciben que el Ejecutivo autonómico es un actor inútil. Lo dice la última encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO), que también señala que el Gabinete independentista suspende: la nota que obtiene es un 4,65. Para rematar, el sondeo informa que el principal problema que considera la ciudadanía –lo hace hasta un 36,8%– es la “insatisfacción con la política y los políticos”, y por detrás encontramos las relaciones Ca­talunya-España y el paro y la precariedad laboral. La conclusión es evidente: los catalanes no esconden su desconfianza hacia aquellos que deben gobernarles, un sentimiento acompañado de fatalismo.
 
Se mire como se mire, es un desastre. Para cualquier polí­tico. Para un político independentista, debería serlo todavía más: el descrédito de su acción gubernamental proyecta –quiérase o no– el desprestigio para su causa, que exige una sobrecarga de credibilidad en la medida en que comporta un cambio extraordinario del statu quo. Por eso algunos insistimos en que el mejor modo que tiene el independentismo de mantener y aumentar su mayoría social es gobernar con eficacia y fijando bien las prioridades. Lo escribiremos una vez más: el independentismo tenía tanta prisa que olvidó que debía demostrar solvencia en las instituciones.
 

La mejor estrategia del independentismo para aumentar su mayoría es gobernar con eficacia

 
Hoy lunes, viviremos un nuevo episodio de la peripecia judicial y política relacionada con la decisión del president Torra de poner una pancarta en el balcón de la Generalitat. Se espera la última palabra de los letrados del Parlament sobre este asunto. Los socios del Govern discrepan con respecto a la manera de hacer frente a la situación sin poner en riesgo la validez de todas las votaciones futuras en la Cámara catalana, de las que depende, entre otras cosas, la aprobación de los presupuestos. Una salida sería que, mientras no haya sentencia firme sobre la inhabilitación de Torra, este ejerza de president pero no tome parte en ninguna votación parlamentaria, escenario que, en principio, JxCat rechaza.
 
Al final, Quim Torra tuvo que retirar la pancarta del balcón de Palau, por eso no conviene hablar tan frívolamente de “dig­nidad”. ¿De qué ha servido este gesto sacrificial más allá de regalar un relato de martirologio exprés a un activista que ha erosionado el sentido de la pre­sidencia con su sobreactuación constante? El mártir suspende como gobernante. Uno de los ­últimos tuits presidenciales proclama que “no ens farem ­enrere”. Nuevamente, el gran malentendido: se hace pasar la tozudez personal por desobediencia y se presenta el sim­bolismo retórico como una forma de unilateralismo paliativo. El papel de la Junta Electoral Central es lamentable, pero la respuesta política del independentismo debería frenar el caos y evitar la multiplicación de la desconfianza hacia el Govern y el Parlament.

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