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Francesc-Marc Álvaro | Del ocio al parón
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26 mar 2020 Del ocio al parón

El otro día, ordenando libros (cosas del confinamiento y sus recreos), di con un libro (repleto de subrayados a lápiz) que había comprado y leído cuando era muy joven, una obra que, en su momento, fue iluminadora: Del paro al ocio , un texto con el que Luis Racionero ganó el onceavo premio Anagrama de Ensayo. Coincide mi reencuentro con estas ideas de primeros de los ochenta con el reciente fallecimiento de su autor, alguien que sólo traté muy ocasionalmente, pero lo suficiente para celebrar su conversación inteligente, como la que exhibió durante un almuerzo en pleno verano del 2011, en el que me dedicó, amablemente, sus Memorias de un liberal psicodélico . Aquel día, pensé que nuestro país tiende a castigar las actitudes abiertas –como la de Racionero– y a premiar, en cambio, las ideas más rígidas, algo que resulta desastroso. Debe de ser por eso que hay tanta gente en los medios que, incluso en jornadas de alta incertidumbre como las que vivimos hoy, se permite emitir afirmaciones tajantes con la seguridad enfermiza del que se columpia en el dogma para esconder la inanidad que le domina; sin ir muy lejos, recientemente, quedé alucinado con el artículo –por llamarlo de algún modo– de un propagandista habitual y entusiasta del modelo chino cuya tesis era que “no hay para tanto”, un delirio que provoca arcadas.
 
Pero dejemos a los trileros de turno y volvamos al ensayo –publicado en mayo de 1983– con el que Racionero explicaba un mundo que limitaba al norte con el malestar social y al sur con la utopía. Comenzaba así: “La crisis del paro es el tema de los ochenta; fenómeno desconcertante temido y, a pesar de las ingentes cantidades dedicadas a estudios, no previsto por los pensadores de las ciencias sociales, a los que ha sorprendido, desprovistos de un marco teórico para hacerle frente”. La propuesta radicalmente humanista del economista, ingeniero, urbanista y escritor catalán era estimulante para un lector de dieciséis años, mucho menos para las elites políticas y económicas que cortaban entonces el ­bacalao: “Las condiciones objetivas del ­final del siglo XX señalan a la posibilidad de concretar estos ideales abstractos en una sociedad del ocio cuyo rasgo fun­damental sea la noción de la medida: en lo económico por un desarrollo sin cre­cimiento, que autolimite la agresividad competitiva y la avaricia acumulativa; en lo ecológico por una escala humana que convierta las ciudades en habitables y descentralice la ­población en comarcas y ciudades-Estado donde pueda recuperarse el individuo universal”. Demasiado hetero- doxo (¿naif?) para la derecha y la izquierda de aquel entonces. Recordemos que estábamos en plena guerra fría y en España gobernaba González mientras Pujol presidía la Generalitat.
 

Leer hoy las formulaciones lúcidas de Racionero me provoca esa nostalgia rara de lo no vivido

 
Leer hoy –atrincherado en casa para capear el coronavirus– las formulaciones lúcidas de Racionero sobre una sociedad basada en el otium cum dignitate me provoca esa nostalgia rara de lo no vivido. Es una sensación que se acrecienta cada vez que escucho los augurios de todos los que pretenden que la presente crisis se convierta en el caso práctico definitivo y la prueba concluyente de lo acertado de sus teorías generales sobre el capitalismo, la democracia, la comunicación, la religión, la familia o la cocina de autor. ¡Qué pereza! Estamos teorizando sobre el futuro que nos aguarda a demasiada velocidad, sin tener perspectiva suficiente para anunciar profecías como lo haría un lanzador de cuchillos en la pista central de un circo. Veo muchas ganas de habitar una sociedad a medio camino de El planeta de los simio s y Un mundo feliz , aunque no faltan quienes están a cinco minutos de aplaudir el régimen que Orwell describe en la novela 1984.
 
Del paro al ocio y del ocio (relativo) al parón forzoso. Y del parón forzoso a la gran incertidumbre. “No estábamos preparados para esto”, le digo a un amigo. “Nuestros abuelos y padres tampoco estaban preparados para la mierda que les cayó encima”, replica acertadamente, mientras tomamos cerveza en una reunión virtual, pantalla de por medio. En el ensayo de Racionero, se habla de las contradicciones entre los valores puritanos del primer capitalismo y la ética hedonista “de una juventud pasota que forma la nueva clase ociosa nacida en la sociedad opulenta, saturada de consumo pero con un elevado índice de población que no puede trabajar aunque quiera”. Me río cuando doy con la palabra pasota , que ya tenía más que olvidada. No recuerdo haber sido clase ociosa, la verdad. Tal vez lo fui y no me enteré, eso debía ser la posmodernidad. Y a lo mejor, ahora, soy un zombi porque todos somos zombis mientras pelegrinamos de la cocina al baño y del dormitorio al comedor.
 
Lo que ocurre estos días no es surrealista. La crisis del coronavirus es una experiencia hiperrealista, más real que la pura realidad. Eso sobrecoge. El paro y el ocio que analizó brillantemente Racionero como estadios diferentes en evolución se han convertido hoy en una sola y misma cosa: estamos ociosamente parados a la espera de que el mundo vuelva a ponerse en ­marcha (o no).

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