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Francesc-Marc Álvaro | Los datos y las cadenas
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19 abr 2020 Los datos y las cadenas

Podemos enviar personas a la Luna y no podemos contar los fallecidos por la Covid-19 con un criterio único y claro. La situación sorprende y también indigna. Varios expertos, como el doctor Trilla, nos lo han advertido: uno de los problemas de la actual crisis “es la falta de datos epidemiológicos suficientemente fiables para analizar qué está sucediendo en tiempo real”. El asunto se complica porque las administraciones no se han puesto de acuerdo al contar las muertes por el coronavirus, la Generalitat hace un cálculo y el Gobierno, otro. Los expertos añaden, con sentido común, que “epidemiológicamente es importante mantener un criterio común y a ser posible uniforme para poder contar todos lo mismo”, y constatan que “el número total de pacientes fallecidos es dispar en todo el mundo”. Políticamente, es más que grave.
 
Cualquier gobernante sabe que hoy el público lo juzgará, sobre todo, por el número de muertos bajo su jurisdicción. No es novedad. Y sabe que la oposición pondrá –con más o menos elegancia– el foco sobre estas cifras. En el manual del político, hay varios capítulos dedicados a minimizar y maquillar “las bajas” que puedan ser atribuidas a su gestión. El ciudadano español tiene, en la memoria, un caso especial en este sentido: los atentados yihadistas del 11 de marzo del 2004 en Madrid; en ese momento, el Gabinete Aznar y el PP intentaron ocultar información mientras la oposición denunciaba el trapicheo. Terrorismo y pandemia son realidades absolutamente diferentes, pero hay algo común: la dificultad de explicarse cuando el peso de los muertos absorbe todo el sentido de los mensajes.
 

Cualquier gobernante sabe hoy que el público le juzgará por el número de muertos bajo su jurisdicción

 
Cuando el periodismo es incapaz de contar la gente que acude a una manifestación (por poner un ejemplo típico), decimos que los periodistas no logramos nuestro objetivo. Cuando la política no puede o no quiere contar los fallecidos de una epidemia de manera solvente, hay que decir que los gobernantes fallan estrepitosamente y alimentan la desconfianza. Con todo, no noto que esta quiebra del nivel cero de la información oficial provoque la repulsa ciudadana que tocaría en una sociedad democrática y abierta. Me da más miedo que el virus.
 
Quien se equivoca quizá sea este cronista. Quizá todo tiene una explicación, tan sencilla como inquietante. El último Barómetro del CIS indica: hasta un 66,7% de la ciudadanía es favorable, ante la crisis sanitaria, a “restringir y controlar las informaciones, estableciendo sólo una fuente oficial de información,” una forma de censura que -cuidado– comparte la mayoría de votantes de todos los partidos, con especial apoyo entre los del PSOE y los de Podemos, pero también por encima del 60% entre Cs, ERC, PNV, EH Bildu, BNG y Compromís. La misma sociedad que acepta con docilidad que los gobernantes difundan cifras confusas sobre los muertos de la Covid-19 se apunta a desenterrar las formas más rancias de censura, como si viviéramos una epidemia de tifus en el XIX. Quizá volveremos a gritar eso de “¡Vivan las cadenas!”, como los partidarios de Fernando VII.

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