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Francesc-Marc Álvaro | Distancias y amigos
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01 may 2020 Distancias y amigos

El otro como alguien distante. Se utiliza el término distancia social cuando se habla de prevenir el contagio del coronavirus. Entiendo que es un concepto técnico. Pero quizá sería menos esotérico hablar de distancia física o de distancia a secas. El reto es volver a hacer vida social a cierta distancia, ejercicio de una dificultad enorme y evidente, y no sólo para los que practican deportes por equipos. Mi experiencia –que no pretende tener valor estadístico– es que la mayoría intenta mantener la distancia, aunque no siempre puede ser. Un ejemplo: los pasillos del súper invitan a todo lo contrario.
 
¿Es la distancia social calculada lo mismo que la lejanía? La gestión cautelosa de nuestros cuerpos en el espacio público acabará construyendo una nueva forma de relacionarnos que –quiérase o no– influirá supongo en la dimensión moral de nuestra vida. Si tengo que hablar contigo a un metro y medio, podría suceder que tú y yo dejemos de ser los que éramos antes de la Covid-19, de un modo que quizá será imperceptible ahora, no cuando analicemos esta experiencia dentro de unos meses, de unos años. Es una hipótesis. El tú y el yo que somos mutará, creo, con el establecimiento de las rutinas de distancia social, y nos encontraremos en un planeta que nadie había imaginado y que limitará al norte con la melancolía y al sur con la comicidad. El retablo grotesco está servido.
 

Nos encontraremos en un planeta que limitará al norte con la melancolía y al sur con la comicidad

 
Quizá porque la tentación de la misantropía forma parte de mi talante tanto como la alegría de reunirme con los amigos, me estoy preparando ya –preventivamente– para no acomodarme a la melancolía que nos provocará la consolidación de la distancia social. Esta melancolía nacerá de la lejanía mental respecto de la gente, entiéndase aquí la palabra gente como el modo de designar a los conocidos y a los saludados que nos rodean. Sobre los amigos, tengo la esperanza de que sepamos dar con las estrategias para mantener el vínculo, a pesar de no poder abrazarnos como lo hemos hecho siempre. Tomar unas cervezas con los amigos teniendo en cuenta la distancia social obligatoria será algo digno de ser retratado por los actores del Tricicle, antes de que se despidan definitivamente del público.
 
Según el tópico, la amistad de veras no necesita la presencia física ni el trato frecuente. Depende, hay de todo. Se me juntan dos temores, que parecen antagónicos: el que me provoca encontrarle gusto –quizá– a la melancolía solipsista que vendrá, y el que va unido al riesgo de perder el contacto natural con esas personas estimables que (sin ellas saberlo) me salvan del abismo.

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