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Francesc-Marc Álvaro | Cortarse el pelo
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08 may 2020 Cortarse el pelo

He ido a cortarme el pelo, siguiendo escru­pulosamente todos los protocolos que me han indicado en la peluquería; la barba ha quedado al margen del proceso, porque no podemos quitarnos la mascarilla, según las autoridades competentes. Creo que ponerse en manos de los profesionales del cabello y del pelo es una señal de modesto optimismo, en un contexto donde todo el mundo tiende a experimentar una montaña rusa de las emociones que nos hace pasar –en pocos días o pocas horas– de la depresión a la esperanza y de esta al temor, y vuelta a ­empezar. Si nos cortamos el pelo, es porque consideramos que el futuro –a pesar de todos los malos augurios– será un lugar que valdrá la pena. La gente se abandona física y mentalmente cuando está absolutamente claro que nos espera el apocalipsis al doblar la esquina. Es entonces que las peluquerías (y los salones de estética, los gimnasios y las consultas de los dietistas) tienen que cerrar definitivamente, mientras el personal se divide entre los que van a rezar a los templos y los que van a emborracharse a los bares, dos actitudes respetables ante un eventual cataclismo.
 
La peluquera no sabe qué pensar del futuro. Yo tampoco. Compartimos nuestras desazones mientras maneja las tijeras con mano diestra, enmascarados los dos en un establecimiento donde los clientes vamos entrando en cuentagotas. Me acuerdo de Zizek, el pensador esloveno de moda, que publica un libro sobre la Covid-19 del que ayer este periódico ofrecía algunos fragmentos. El personaje mezcla ideas sugerentes con ocurrencias varias, un cóctel que sale de la post-postmodernidad barroca que él sabe encapsular. Aboga por lo que llama “comunismo del desastre como antídoto al capitalismo del desastre”. Es un diorama como otro cualquiera. Ahora no tenemos profetas, su lugar lo ocupan los filósofos y asimilados, como antes lo hicieron los economistas. Los augurios de estos días son sueños disfrazados de previsión meteorológica. Hay pocos aciertos. Aprovecho para remarcar que, por ejemplo, los más conspicuos propagandistas del teletrabajo (alguno con cargo muy importante) podrían empezar a hacer autocrítica: no dijeron que esto era el camino más corto y más tramposo hacia la esclavitud total.
 

Los augurios de estos días son sueños disfrazados de previsión meteorológica

 
Josep Pla podría escribir hoy algo como “el mundo se divide entre los que, en tiempo de pandemia, se cortan el pelo y los que no lo hacen”. El asunto tiene enjundia. A partir de aquí, Zizek –y otros nuncios del día siguiente– podría advertirnos –con razón– que, dentro de cien años, todos calvos.

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