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Francesc-Marc Álvaro | El juramento de Mauthausen
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14 may 2020 El juramento de Mauthausen

Cada año desde 1946, siempre el segundo domingo de mayo, en el Memorial de Mauthausen, en el mayor campo nazi que se estableció en Austria. Pero esta vez el encuentro ha sido virtual, vía internet, a causa de la pandemia del coronavirus. El acto conmemora la liberación de ese campo –que tuvo lugar el 5 de mayo a cargo de tropas estadounidenses– y la derrota de Hitler en la ­Segunda Guerra Mundial. En las instalaciones de Mauthausen-Gusen fueron internadas cerca de 200.000 personas, entre ellas alrededor de 7.500 republicanos españoles. La cifra de muertos asciende a unos 90.000, incluidos más de 4.800 deportados que habían luchado contra Franco, muchos de los cuales se unieron posteriormente a las tropas francesas que acabaron derrotadas ante los alemanes.
 
Eduardo Pons Prades, uno de los supervivientes de Mauthausen, escribió esto: “Los españoles, como sus compañeros de cautiverio de cincuenta y tantas nacionalidades, murieron de mil maneras a cual más inhumana: como el vasco Tellechea, despedazado por los perros lobos, o como los catalanes Miret Musté y Juncosa Escoda, abatidos por una ráfaga de metralleta ­cuando yacían en el suelo, heridos en un bombardeo aéreo; o muertos a golpes y a patadas por los SS, como el manchego Enrique Rodríguez y el aragonés Pedro Fer­nández, o en el camión fantasma, asfi­xiados por el gas carbónico del tubo de escape conectado con la caja del vehículo, como el comandante del aeródromo de Barcelona, Busquets, y Emilio Andrés, comisario del Cuerpo de Ejército, y el coronel León Luengo Muñoz. O mediante una inyección intracardíaca de fenol, como el teniente ­coronel Eleuterio Díaz Tendero”.
 

Formas de matar, formas de morir; esto fue el nazismo; hay que recordar también los detalles

 
Formas de matar, formas de morir. Esto fue el nazismo. Hay que ir a los detalles. Hay que recordar también los detalles. Sin detalles, la memoria es un cromo.
 
David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, tomó parte en la conmemoración de este año. El periodista que hoy preside la Eurocámara, italiano, ha reivindicado la tradición antifascista sobre la que se reconstruyó el país en el que Mussolini había contado con un gran apoyo de las masas: “La resistencia italiana fue un acto de la gente, jóvenes y mayores”. En Europa, hubo resistentes y hubo quienes apoyaron a los dictadores, y también los que se acomodaron a la tiranía. Otro periodista, el sueco Stig Dagerman, recorrió la Alemania derrotada en el otoño de 1946 y escribió unas crónicas magníficas. En una de ellas, leemos algo muy esclarecedor sobre los cimientos de la Europa oficial que hoy no acaba de estar a la altura moral y política de los tiempos que vivimos: “Existe en Alemania un número considerable de antinazis sinceros más decepcionados, más apátridas y más derrotados que cualquiera de los simpatizantes nazis. Decepcionados porque la liberación no fue tan radical como esperaban, apátridas porque no quieren solidarizarse ni con el descontento alemán –en cuyos ingredientes creen ver demasiado nazismo encubierto– ni con la política aliada –cuya indulgencia con los antiguos nazis ven con consternación– y finalmente derrotados, por un lado, porque se preguntan si ellos como alemanes pueden tener alguna participación en la victoria final de los aliados, y por otro lado, porque no están tan convencidos de que como antinazis no tengan una parte de responsabilidad en la derrota alemana. Se han condenado a sí mismos a una pasividad total ya que la acti­vidad significa cooperar con elementos dudosos a los que aprendieron a odiar durante doce años de opresión”. Ya ven que no somos nosotros –criaturas confinadas del siglo XXI– los primeros en quedar atrapados en la pinza de la complejidad más abrasiva.
 
Pocos meses antes de que el cronista sueco tomara apuntes del natural de las ruinas germanas, en marzo de 1946, mi tía Dionisia, residente en Francia, recibió una carta del Comité Internacional de la Cruz Roja en la que le certificaban que su esposo –mi tío–, Francisco ­Vidal Casanellas, había fallecido el 1 de enero de 1942 en Gusen, extensión del campo de Mauthausen. No mencionaban la causa de la muerte. La última foto que Francisco envió a su mujer está datada en junio de 1940, en el campo de prisioneros de guerra de Estrasburgo, tras la caída de Francia, esa extraña derrota que explicó tan bien el historiador Marc Bloch, torturado y ejecutado por la Gestapo el 16 de junio de 1944.
 
Una vez liberado el campo de Mauthausen, los comités nacionales de presos que allí habían coincidido redactaron un juramento-manifiesto. En ese papel escriben que “ya reconquistadas nuestra libertad y la de nuestros países, queremos guardar en nuestra memoria la solidaridad internacional del campo”. Insisten en el deber de recordar, ignorando que las sociedades europeas de posguerra no querrán escuchar el testimonio del horror: “No olvidaremos jamás los sangrientos sacrificios que los pueblos tuvieron que hacer para reconquistar la felicidad de todos”. Han transcurrido 75 años del fin de la Segunda Guerra Mundial y los valores del antifascismo que reivindica Sassoli son todavía imprescindibles. El legado de ­­Mau­t­hausen nos sigue interpelando.

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