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Francesc-Marc Álvaro | Salado y dulce a la vez
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06 jul 2020 Salado y dulce a la vez

Por debajo y por encima del pitote en el patio posconvergente, hay una pregunta que es la más importante de cualquier estrategia electoral independentista hoy por hoy: ¿qué dosis de confrontación con el Estado y de choque asumirá el votante soberanista en los próximos meses?

Todo el mundo sabe que el contexto de los futuros comicios autonómicos no tendrá nada que ver con el clima que marcó el 21 de diciembre del 2017, cuando Carles Puigdemont –con Junts per Catalunya– obtuvo un gran apoyo, por delante de Esquerra Republicana, después de la aplicación del 155, con dirigentes en la prisión y en el exilio, y el recuerdo reciente de las cargas policiales del 1-O y el discurso del monarca dos días después. Además, en ese momento, España estaba gobernada por el PP de Mariano Rajoy.

El conflicto catalán no se ha cerrado ni se ha resuelto, pero el impacto de la pandemia del coronavirus y el hecho de que el Ejecutivo central esté hoy en manos del PSOE y de Unidas Podemos modifican el terreno de juego de todos los independentistas, incluidos aquellos que niegan trascendencia a estos cambios. Dar con el mensaje y el tono adecuados es hoy más complicado para todos los partidos catalanes porque el escenario es menos convulso que tres años atrás, y los intereses inmediatos están vinculados a las incertidumbres económicas y sociales que cuelgan de la crisis sanitaria. Repito: el público soberanista no ha dejado de serlo, pero, a la hora de votar, tendrá en cuenta muchas más variables que cuando todo se reducía a reaccionar contra la represión del Estado. Entonces, el discurso (y la promesa de volver) de Puigdemont conectó con mucha gente.

El público soberanista no ha dejado de serlo pero al votar tendrá en cuenta muchas más variables

Con o sin el PDECat, acaben como acaben las conversaciones con David Bonvehí, Puigdemont (sea o no él finalmente el cabeza de lista) hará una campaña contra ERC, paradójicamente el único partido con quien podría pactar. El eje básico será criticar el posibilismo de los republicanos por haber dado pocos frutos, pero necesitará algo más. El puigdemontismo lanzará una nueva promesa para movilizar un voto en clave épica y resistencial. Pero el de Waterloo tiene buen olfato y sabe que no puede aplicar automáticamente el guion de la campaña del 2017. Aunque el exconseller Toni Comín invoque la confrontación “inevitable” (que sugiere una ruptura exprés que no hay fuerzas para hacer), la narrativa electoral del sucesor de Artur Mas flirteará –seguramente– con un cierto pragmatismo, algo que queda claro si se escucha a Jordi Sànchez, ideólogo de su proyecto.

En La Vanguardia de ayer, Sànchez da muchas pistas: “El electorado independentista aspira a tener certezas sobre cómo seguir avanzando después del referéndum del 1-O, pero al mismo tiempo tenemos que saber garantizar el mientras tanto con una acción de gobierno responsable, progresista, de prosperidad e inclusiva”. Salado y dulce, una de cal y otra de arena. Un planteamiento que, sobre el papel, es parecido al de ERC. Y sin el president Quim Torra de por medio.

Los republicanos (y los convergentes que se queden fuera) tendrán un problema: Puigdemont se presentará como radical y realista a la vez, querrá atrapar todas las sensibilidades del soberanismo desconcertado. Es una actitud típicamente convergente: sumar todo lo que se pueda. Desde una nueva ambigüedad pensada para la nueva normalidad.

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