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Francesc-Marc Álvaro | Un poco de tedio, por favor
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13 ago 2020 Un poco de tedio, por favor

Entre agosto y octubre de 1916, mientras los jóvenes franceses, ingleses y alemanes se matan en el Somme, Xènius dedica varios artículos en La Veu de Catalunya a la pereza, al vagar y al dejarse ir. Son piezas especiales de su Glosari , que recogerá posteriormente, el año 1918, en un volumen que titulará La lliçó de tedi en el parc y que se puede considerar uno de los libros más modernos (y posmoderno avant la lettre ) de la literatura catalana y europea del momento. En este texto, conocido también como Oceanografía del tedio, Eugeni d’Ors hace una especie de reportaje moral y estético –irónico– de la pura contemplación; hoy, los críticos hablarían quizá de una obra de autoficción, como si no fuera siempre autoficción toda literatura, y como si no hubiera existido Montaigne, el que nos enseñó las afueras para perdernos en el yo que se explora.
 
D’Ors, que consideraba que la Gran Guerra era una guerra civil entre europeos, se distancia del ruido en un balneario, concretamente en el hotel Blancafort, de La Garriga. Recuerden: en las trincheras, la muerte revienta los cuerpos y cualquier idea de progreso; durante el otoño, el campo de batalla se transforma en un lodazal. Lejos de las bombas, la inacción se convierte en el centro de la escritura de la vedette principal del noucentisme, en esa España neutral que sabe sacar provecho del conflicto. Los pistoleros hacen de las suyas en Barcelona mientras Prat de la Riba –protector del literato– pone los fundamentos del autogobierno con precisión de reloj suizo. El cronista-filósofo camina hacia dentro, todo y nada sucede a la vez: “En el cuadrado del cielo azul no hay ninguna nube. Pero la mirada ávida ha encontrado ahora un tema de diversión en este cuadrado de cielo. Ocurre algo extraordinario. Este cielo va subiendo… Hace un segundo, la sábana de azur parecía suspendida en la propia cima de los árboles…”. Efectivamente, el cielo sube ante quien ocupa la tumbona y se abandona a la contemplación. Marc Recha hizo una película que tituló El cielo sube , a partir del libro de Xènius, una obra inteligente y original. La pianista de jazz Elisabet Raspall incluyó una pieza titulada también El cel puja , llena de fuerza, en su primer disco, en 1997, y ya lleva trece; el último, I love jazz , es excelente, por cierto, e invita a pintar el tedio creativo con sonoridades salvíficas.
 

El último sainete en el Parlament indica que algunos deberían tumbarse un buen rato

 
El personaje del Doctor, que Xènius hace comparecer el primer día, afirma que solo hay una salvación para el Autor: “El tedio, a rajatabla”. Añade que tiene que ser “sin atenuaciones, sin matiz” y deja claros sus límites, que nada tienen a ver con los del reposo: “No excursión, chaise longe. No conversación, silencio. No lectura, letargia… Tanto como sea posible, ni un movimiento, ni un pensamiento”. Durante las primeras jornadas del confinamiento obligatorio, cuando todos tenían la necesidad de hacer muchas cosas, habría sido útil tener presente la prescripción de una “inmersión oceanográfica en el tedio”, opción calificada de “riguroso ejercicio de albedrío”.
 
En este agosto de pandemia, inquietudes y prevenciones, las autoridades deberían promover el tedio y su producto más preciado: la cabezadita o siesta. De esta manera, evitaríamos algunos males. Hay muchos tipos de siesta, pero la mejor, según mi opinión, es esa que llega a hurtadillas mientras leemos un libro, miramos un programa o estamos pensando no sé sabe qué, vagamente, siempre después de comer. Con todo, no se puede despreciar la cabezadita del obispo, antes del almuerzo. El tedio, en forma de suave desconexión del mundo, tiene hoy más sentido que nunca y no debe confundirse con el aburrimiento. Para hacerlo efectivo, es obligatorio dejar muy lejos el smartphone y cualquier artefacto que pueda romper nuestro aislamiento.
 
Para el ciudadano, el tedio podría ser un antídoto contra la ansiedad producida por la aceleración constante y por los límites de nuestra atención bombardeada. Han, el filósofo de moda, nos advierte que el objetivo marcado por el autor del Glosari es complicado: “La demora contemplativa presupone que las cosas duran. Es imposible demorarse con detenimiento ante una sucesión veloz de acontecimientos o imágenes”. Para los políticos, el tedio podría ser una barrera contra el exceso de gestos y frases vacías. El último sainete en el Parlament indica que algunos deberían tumbarse un buen rato y prolongar la siesta hasta finales de año. Una cabezadita no los convertiría en Churchill, pero quizá les haría comprender que la desobediencia desde el poder –como sabemos desde octubre del 2017– es un oxímoron que conduce a callejones sin salida.
 
El tío Baixamar recuerda haber visto –cuando era niño– el coche fúnebre tirado por caballos que paseó el féretro del maestro D’Ors por toda la ciudad, un día tibio de septiembre de 1954. Entonces, el tedio dio paso a algo distinto.

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