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Francesc-Marc Álvaro | El centro y la rabia
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27 ago 2020 El centro y la rabia

Es una historia explicada decenas de veces: el giro al centro del PP. Como una leyenda que se repite ritualmente cuando llega la estación de las lluvias para que los dioses permanezcan mansos. Es la historia interminable, el giro que gira sobre sí mismo que, a su vez, gira sobre la nada. El centrismo de los conservadores es, en el mejor de los casos, un mero oportunismo pasajero –Aznar en 1996 para contar con el apoyo de CiU y del PNV– o el efecto óptico que genera cierto estilo funcionarial, como el que Rajoy exhibió a modo de moderación quietista. Ahora, con la destitución de Álvarez de Toledo como portavoz del PP, Pablo Casado juega a sugerir una recolocación en los raíles del centro, enésima contorsión de una marca política atrapada entre Vox y eso que se llama “sentido de Estado”.
 
Pero el actual PP está vacunado contra la tentación centrista. Se construyó precisamente contra eso y está en su ADN considerar que la mirada al centro es igual a debilidad, dejación o traición a las esencias. En el fondo, y a pesar de contar con su hijo en sus filas, los populares de hoy no provienen de Adolfo Suárez, sino de Manuel Fraga, así como de la refundación que impulsó Aznar desde la FAES, entidad a la que incorporó varios ex de la suarista Unión de Centro Democrático (UCD), que abjuraron así de su etapa en la órbita del centrismo. Recordemos que Casado es un producto del aznarismo.
 

El actual PP está vacunado contra la tentación centrista, se construyó precisamente contra eso

 
El 13 de septiembre de 1976, en el madrileño restaurante El Bodegón, queda claro que una parte importante de la derecha posfranquista no quiere caminar por el centro político. Son las primeras semanas del Gobierno de Suárez y proliferan las reuniones para crear los artefactos que permitan aterrizar en la futura democracia. A la mesa se sientan José María de Areilza, Pío Cabanillas y Manuel Fraga. Los dos primeros tienen claro que hay que levantar la bandera centrista, pero Fraga va a su bola, ya tiene pensado su proyecto, que llamará Alianza Popular (AP) y que tiene el objetivo de atraer a esa mayoría silenciosa que algunos etiquetan como franquismo sociológico. El de Villalba va a por todas: cuenta ya con varios exministros de la dictadura como López Rodó, Fernández de la Mora, Licinio de la Fuente, Cruz Martínez Esteruelas o Silva Muñoz. A la derecha de estos van a quedar sólo los nostálgicos más duros del llamado búnker .
 
Lo que viene luego es de sobra conocido. Las primeras elecciones las gana la coalición UCD, artefacto creado desde el poder. Se trata de una amalgama de ex­franquistas, democristianos, liberales, socialdemócratas y regionalistas, familias políticas que siempre lucharán por controlar una maquinaria inestable al servicio de Suárez. Mientras, la derecha que articula Fraga va sumando agravios contra el líder de la transición, al que menosprecia sin disimulo.
 
En la etapa final de Suárez en el Gobierno, cuando muchos le abandonan, la derecha económica (de la que dependen las deudas acumuladas en las campañas electorales) y la derecha ideológica (que va horadando el partido) aprovechan la ocasión para ajustar cuentas con un hombre que odian profundamente. La derechona –por decirlo como Umbral– ve al de Cebreros como a un traidor, un usurpador, un advenedizo. La rabia contra el inquilino de la Moncloa es omnipresente, en los medios y en los despachos. Es una rabia con muchos oficiantes. Lo resumió muy bien un fiel colaborador de Suárez, el mallorquín Josep Melià, que fue secretario de Estado para la Información y portavoz del Gobierno: “Nunca tantos, en una democracia, unieron sus esfuerzos a derecha e izquierda, desde los cuarteles a la prensa, para singularizar en un hombre fetiche los pinchazos de aguja del gran vudú nacional”.
 
La derecha que está en la base del actual PP nunca confió en Suárez ni entendió esa apuesta centrista que, con enorme olfato, desplegó audazmente un tipo carismático formado en el partido único del franquismo. Valga como muestra lo que escribió Juan Rosell Lastortras –todavía no se había convertido en dirigente empresarial– en el libro España en dirección equivocada , publicado dos meses antes de la intentona golpista del 23 de febrero de 1981: “El Gobierno no hace honor a su nombre. A Suárez puede decírsele casi todo menos gobernante. De ilusionista a mago; de maniobrero a equilibrista; de derechista a izquierdista. Todo menos lo que realmente debería ser: un estadista. Los hombres de Estado tienen palabra firme e ideas claras. Son consecuentes con sus ideales y sus electores. Suárez, no. Puede decir que sí, y dar a entender que no. Puede decir a unos que pitos y a otros que flautas. Quedarse él tan pancho, y los unos y los otros, entre los pitos y las flautas, armarse una de órdago. Suárez es el sí y el no. El uno, el dos y la equis. Es una quiniela de catorce aciertos”.
 
Por todo eso –y por varias razones más– el PP no es la CDU de la señora Merkel.

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