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Francesc-Marc Álvaro | Todos a la cima
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15 sep 2020 Todos a la cima

Colas en la cima de la Pica d’Estats para hacerse la foto junto a la cruz. No hablamos de un centro comercial el sábado por la tarde, ni de la entrada a un gran concierto de una estrella pop, ni de los puestos de Sant Jordi donde los autores más populares van firmando. La montaña como el paseo de Gràcia. Guardo memoria del tiempo en que los alpinistas eran una minoría selecta conectada con el secreto del mundo. El hermano mayor de mi amigo Josep Maria era como un Madelman, que “lo pueden todo”: coronaba montañas importantes. Hablo de los setenta, cuando la cámara fotográfica era la máquina de retratar y cuando nadie pedía préstamos para vacaciones.
 
Hoy todo el mundo lleva un Edmund Hillary dentro, todos se atreven con excursiones en alta montaña, incluso gente que no tiene preparación. El redescubrimiento –digamos– de la naturaleza tras el confinamiento ha generado un efecto rebote y un efecto llamada que, combinados y animados por la propaganda de la vida sana, contribuyen a saturar algunos espacios naturales, especialmente los fines de semana. Debe de ser “la llamada de lo salvaje”, para decirlo con el título de la novela de London. Todo eso tiene poco que ver con el excursionismo, es otro negocio: se trata de vivir una “experiencia” y dejar constancia de ello compulsivamente. El mundo como parque temático donde ir fotografiando lo que colgaremos en las redes, ya sea Port Aventura, la Pica d’Estats o la cueva de Ali Babá.
 

El mundo como parque temático donde ir fotografiando lo que colgaremos en las redes

 
Mi teoría de bolsillo –pendiente de un estudio empírico que ofrezco a algún mecenas– es que la manía de los alpinistas repentinos nace de dos fuerzas imparables que están remodelando al individuo: Instagram y las grandes cadenas de ropa y material deportivo (que nos animan a creer que la simple compra de un producto nos otorga facultades físicas extraordinarias). Yo mismo, en un momento de gran entusiasmo, adquirí unos bastones de senderismo y confieso que, utilizándolos, me sentí cual Indiana Jones. La rodilla derecha me recordó que no lo soy.
 
Seamos prácticos: si su fantasía es imitar al personaje romántico que aparece en la pintura de Caspar David Friedrich El caminante sobre el mar de nubes , más vale que olviden la naturaleza y vayan a La Maquinista, todo les será más fácil. La gente va por todas partes, no hay nada que hacer. ¿Tenemos derecho a quejarnos del acceso de las masas a una naturaleza que, antes, era un escenario exclusivo para cuatro? No lo sé. Tras el confinamiento, he relativizado mucho las bondades del mundo exterior, perdónenme.

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