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Francesc-Marc Álvaro | Salvador Illa, un barón discreto y prudente
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31 ene 2021 Salvador Illa, un barón discreto y prudente

Mientras miro Baron noir , serie política francesa sobre las peripecias de Philippe Rickwaert, alcalde de Dunkerque y diputado en la Asamblea Nacional, pienso en figuras como Antonio Balmón –hoy en la alcaldía de Cornellà– o como Celestino Corbacho, que fue alcalde de l’Hospitalet y ministro de Trabajo –como el personaje de la teleficción que menciono– y también puedo pensar en clásicos del aparato del PSC como Josep M. Sala o José Zaragoza, con trayectorias, ambos, que harían las delicias de cualquier guionista. En cambio, no he pensado ni un momento en Salvador Illa, el presidenciable del PSC, aunque ha sido alcalde, ministro y secretario de organización a las órdenes de Iceta.
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¿Por qué? A Illa le falta la leyenda abigarrada y el pintoresquismo crudo que reviste las biografías de sus correligionarios mencionados. Comparar Zaragoza e Illa es como comparar una noche de fiesta imparable en la ciudad brasileña de Fortaleza con una tarde de lectura en una casa en Copenhague. Por eso el candidato socialista puede ser calificado de barón grisáceo –discreto y prudente– más que de barón negro, atraído por el lado oscuro de la fuerza. “Frugal” es el adjetivo que mejor lo define: no bebe alcohol y se levanta para correr a las 6 h de la mañana.
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La capacidad de trabajo y la disciplina son sus armas secretas, así como un talante ejecutivo que no tolera perder el tiempo

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Estamos ante un profesional diésel de la política que podría ­servir de ejemplo en una clase sobre lo que Max Weber llamaba “una empresa de interesados”. Illa conoce muy bien el engranaje fino de la política más aburrida y ne­cesaria, la trastienda de la democracia. Como ministro contra la pandemia, ha puesto a prueba su talento y su resistencia: los adversarios lo critican duramente y él se defiende diciendo que se ha hecho todo lo que tocaba. Si superamos los tópicos populistas, podemos argumentar que hay que combinar políticos que estén de paso (personas de ­toda condición que se de­dican temporalmente a la cosa ­pública) con profesionales que aseguran la continuidad de las estructuras. Illa forma parte de esta segunda categoría.
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La muerte inesperada de Romà Planas, en septiembre de 1995, lo propulsó a la alcaldía de La Roca del Vallès (pueblo enganchado al outlet más famoso de Catalunya, La Roca Village) cuando tenía veintinueve años. Planas fue elegido alcalde después de una vida en el exilio, donde fue colaborador de confianza del president Tarradellas. Jordi Font, veterano del PSC, ha escrito que Planas “un día nos confesó, con cara de gran satisfacción, que tenía en su equipo a un concejal espléndido, un chico joven con muchas virtudes, recto, de piedra picada, muy buen gestor, bien preparado y hombre de tender puentes”. El chico era Illa. Otro socialista destacado puntualiza que el hoy cabeza de lista no asumió la visión claramente catalanista de su mentor, un dato que conecta con la definición que de Illa hace uno de sus amigos: “Es un federalista-catalanista, más que alguien con referentes catalanistas”. Su presencia en la manifestación de Sociedad Civil Catalana de octubre del 2017 no pasó desapercibida.
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Illa es el candidato que tengo más cerca generacionalmente. Eso me permite imaginar la escenografía de su infancia y juventud: niño del tardofranquismo de familia trabajadora, joven de la Generación X que estudia Filosofía y que llega al compromiso político cuando la épica de la transición ya no tiene gas. Los que lo aprecian cuentan que, si fuera francés, habría sido un enarca modélico (producto de la Escuela de Administración Nacional de donde han salido presidentes de la República y muchos ministros) mientras otros aseguran que, a veces, es como un tecnócrata.
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La capacidad de trabajo y la disciplina son sus armas secretas, así como un talante ejecutivo que no soporta pérdidas de tiempo: en las reuniones que convoca no permite ni un minuto de divagación. Con todo, su experiencia en el sector privado, durante pocos meses en una productora de televisión, fue un fracaso. Piensa que las formas son imprescindibles y detesta la falta de sentido institucional. Siendo jefe de gabinete de Collboni, durante el primer pacto del PSC con Colau, Illa sufrió un choque traumático porque, en un encuentro con inversores chinos, el concejal de los comunes que lo acompañaba se presentó con pantalones cortos y sandalias. ¿Quién le habría dicho, entonces, que acabaría sentado junto a dirigentes de Podemos en el Consejo de Ministros?
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Socialdemócrata sin ningún radicalismo, católico de convicciones profundas y periquito futbolístico, coincide con Pere Aragonès en la obsesión por el orden y la afición a la horticultura. Es el comodín de Pedro Sánchez para la partida más difícil.

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