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Francesc-Marc Álvaro | Alejandro Fernández, tr­ibuno rockero a por la remontada
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03 feb 2021 Alejandro Fernández, tr­ibuno rockero a por la remontada

Rápido con el verbo, cordial y con sentido del humor. Así lo definen gentes de partidos y sensibilidades diversas, incluso los más alejados del PP, partido por el cual Alejandro Fernández se presenta por primera vez a la presidencia de la Generalitat. Alguien de su Tarragona natal lo describe como un tipo pragmático a quien no le costaría mucho adaptarse a hacer política en una eventual República catalana, no porque sus convicciones no sean sólidas, sino porque está lejos de ser un fanático o un doctrinario. Maneja las ideas con soltura, pero tiene claro –tal vez porque ha tenido que pelearse con la teoría como profesor de Ciencias Políticas– que el centro de gravedad de toda persona que se dedica a la cosa pública es la acción. El discurso –su oratoria es pirotécnica, ágil y mordaz– sirve para argumentar los hechos, no para sustituirlos; en esto es clásico: detesta la llamada nueva política y los liderazgos creados en el microondas de los medios y la burbuja de las redes.
 
Lo suyo es el resultado de una exitosa lucha de clases en el interior de la maquinaria popular. Él no lo llamaría así, claro. Fernández se convirtió en el líder del PP de Tarragona picando piedra y tras la salida de escena de Francesc Ricomà de Castellarnau, el jefe territorial que –como sus apellidos in­dican– provenía de la vieja aristocracia. Ricomà –concejal, primer teniente de alcalde y diputado varias veces en Madrid– no tenía nada que ver con ese joven cosecha de 1976 que se había afiliado con dieciocho años, hijo de familia obrera con raíces asturianas, del barrio de Sant Pere i Sant Pau, con madre comunista y padre fan de Manuel Fraga. Hablando en términos de la Roma que creó la inmortal Tárraco, tras la época del patricio Ricomà llegó el momento del tribuno de la plebe Fernández, un working class hero que levanta la bandera del mérito, un liberal-conservador desde abajo, a la manera de su admirada Thatcher. Lo ha repetido mucho: “En vez de llorar porque has nacido en un hogar humilde, márcate un objetivo”. Y jugando a ser un poco anticonvencional –siempre dentro de un orden– para que no le confundan con los carcas. 

Exhibe un estilo cercano (a veces populachero), es hábil en la refriega y solvente cuando pacta

 
El tribuno popular fue asentándose y conectando con la gente, con un estilo cercano (a veces populachero), hábil en la refriega y solvente cuando pacta. Tras el pésimo resultado de Xavier García Albiol en los comicios autonómicos que se celebraron bajo el 155 (él conservó el escaño por los pelos), su nombre estaba maduro para completar el cursus honorum y asumir el liderazgo de un partido que, en Catalunya, es un negocio en refundación crónica: gusta a las bases y había apostado por Casado en las primarias, con quien forjó una buena relación en el Congreso de los Diputados. Dolors Montserrat apostó por Cospedal y perdió. El tribuno demostró que tenía muy buen olfato. “Siempre ha sabido lo que quiere”, sentencia un correligionario.
 
El objetivo de Fernández es la remontada. Recuperar muchos de los votos que se marcharon a Ciudadanos en diciembre del 2017 y evitar, de paso, que Vox seduzca a esos electores que dudan de la derechona. Le faltará la ayuda de Dani Serrano, número dos y estrecho colaborador, que dimitió tras ser investigado por una presunta agresión sexual. El espíritu de rockero (siendo joven era un fenómeno bailando) puede ayudar a Fernández a movilizar a la parroquia, aunque no es fácil con los bandazos que da Casado: unos días imitando a Vox y otros predicando moderación. A pesar de tantas excursiones por aquí, en los despachos de la calle Génova siguen analizando mal el tablero catalán. Hoy, del candidato Fernández puede decirse lo mismo que se dijo ayer de Josep Piqué: “¡Qué buen vasallo si hubiera buen señor!”.
 
Escuchando a Neil Young o a The Posies, cavilando sobre Messi (es culé y del Nàstic), de camino al restaurante Les Coques –uno de los que frecuenta en su ciudad–, recubriendo su timidez con la máscara de echado pa’lante que le ha convertido en un showman parlamentario (le cantó una de Manolo Escobar a Torra), Fernández se acuerda, tal vez, de lo que leyó en un libro de uno de sus referentes, el filósofo inglés Roger Scruton, bestia negra del progresismo actual: “Forma parte del atractivo de las utopías el hecho de que nunca puedan llevarse a cabo (…) Los utópicos deben, por tanto, vivir en una situación de alerta constante, batallando contra los enemigos de la utopía, sabedores de que es una lucha que nunca acabará”. Efectivamente, utópicos como los dirigentes del PP de Catalunya cuando sueñan con ser determinantes en el Govern de la Generalitat, algo muy lejos hoy de la realidad.

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