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Francesc-Marc Álvaro | Jéssica Albiach, una hija de los círculos
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09 feb 2021 Jéssica Albiach, una hija de los círculos

He preguntado a muchas personas si Jéssica Albiach podría ser calificada de hija del 15-M, y todo el mundo ubica su aparición más tarde, cuando empieza a cuajar Podemos, el partido que supo drenar y encapsular el magma de los indignados en una plataforma que adopta el léxico populista de algunos movimientos latinoamericanos que se inspiran en teóricos como Laclau y Mouffe. Ya no se hablará de lucha de clases sino de los de abajo contra los de arriba. La que hoy es cabeza de lista de En Comú Podem se integró en el embrión del partido de Pablo Iglesias en Barcelona, en el 2014, gracias a una chica del grupo impulsor a la que abordó en el metro, Bea Rilova, de quien se hizo amiga. Había venido a la capital catalana desde su València natal para cursar un máster. Según algunos de sus correligionarios, “la politización de Albiach, que no había militado antes en ningún partido, se produce en los primeros círculos de Podemos en Barcelona”, donde va a parar gente diversa que no había conectado ni con los comunes ni con ICV. Los círculos, según la definición canónica, son “la unidad básica de acción para la construcción política y social de Podemos como organización democrática y popular”. En las reuniones iniciales, a menudo caóticas, Albiach aportaba orden, rigor y pragmatismo, y se hizo notar. La nueva política parecía que podía ser verdaderamente nueva. Había mucha energía.
 
Aunque estos círculos orgánicos no tienen nada que ver con los círculos infernales descritos por Dante en la Divina Comedia , Albiach habría podido quedar para siempre perdida en el séptimo círculo, el de los herejes, porque era del bando de Errejón, que entonces parecía sintonizar más con la realidad catalana que Iglesias. Aquí, la batalla entre las dos tendencias no era tan dura como en Madrid. Le pregunté por esta filiación en una entrevista en el programa de Jordi Basté en RAC1, y Albiach despachó el asunto como un pecado de juventud. La manía errejonista no le duró y, rápidamente, se integró en la corriente oficial. Los que más la han tratado señalan que le gusta hacer equipo y sabe estar a bien con todo el mundo, dos claves –además de la capacidad de trabajo– que explican el ascenso meteórico de una periodista que empezó gestionando la comunicación de su grupo parlamentario. En una casa de siglas, tradiciones y sensibilidades tan variadas como es En Comú Podem, hay que contar también con el aval importantísimo de quien lidera este espacio de manera incontestable: Colau. La alcaldesa ha apoyado la carrera de Albiach, algo que otras figuras con aspiraciones no pueden decir.
 

De izquierdas y feminista sin añadidos, en la cuestión nacional es favorable al derecho a decidir

 
Que Albiach viniera al mundo en 1979 me hace pensar en las primeras municipales de la transición, cuando el cambio empezó allí donde los resultados de la política se ven de manera más inmediata. En muchas ciudades, tuvieron un papel esencial los concejales elegidos en las listas del PSUC, hombres y mujeres que habían participado en asociaciones vecinales, culturales y profesionales que fueron el cojín de las transformaciones impulsadas después desde las instituciones. Cuando comparo el talante de la gente del PSUC y el de los comunes, no puedo evitar que el fantasma de Gramsci salga de detrás de las cortinas: ¿guerra de posiciones o guerra de cerco? ¿Cuando tienes compañeros de partido que son ministros haces una campaña para defender las posiciones decisivas o para simular que no las tienes? Los comunes, en pleno barullo electoral, hablan como si no fueran del todo socios de Sánchez.
 
Es buena comunicadora, muy autoexigente y se mueve bien a la hora de negociar (concretó el apoyo a los presupuestos del Govern Torra), pero detesta la tensión ­inherente a los conflictos, los internos y los otros. Como presidenciable, ha debido asumir con deportividad una serie de rutinas que evitaba cuando solo era diputada. Es hábil argumentando y nunca se sale del guion. De izquierdas y feminista sin añadidos, en la cuestión nacional es favorable al derecho a decidir. Algunos de sus compañeros explican que “las discusiones ideológicas no son su terreno, prefiere la política del día a día”. Sabe ser empática y alguien la define como “el mínimo común denominador” de un conglomerado con muchos acentos.
 
De su bisabuela aprendió a preparar muchos platos, entre los cuales el arroz al horno. Se intuye que la cocina de los posibles pactos, después del 14 de febrero, será un poco más complicada que la que puede saborearse junto a la Albufera, adonde iba con la familia cuando era niña. Las clases de swing, que le entusiasman, también podrían resultarle útiles.

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