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Francesc-Marc Álvaro | Republicanismos
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15 abr 2021 Republicanismos

En las calles de las principales ciudades españolas, hace noventa años, las canciones que la multitud entonaba eran, principalmente, La marsellesa y El himno de Riego , a las que, en Catalunya, se añadía Els segadors . El detalle sirve para entrever qué idea tenía la mayoría de la gente del ideal republicano en 1931, cuando la Segunda República llegó como única salida a un sistema en descomposición.
 
Habría que darle la razón a Gaziel y asumir que, en España, no había entonces suficientes republicanos. Pero se trata de un juicio impresionista. Con perspectiva histórica, hay que matizar: en el clima de fascinaciones totalitarias propio de los años treinta, el reformismo moderado era perdedor. Eso no debe hacernos olvidar que, a pesar de los muchos errores y contradicciones de los gobernantes republi­canos, fue un golpe de Estado militar reaccionario el que puso fin a un proyecto que pretendía conectar el país con la modernidad. El último libro de Ángel Viñas, El gran error de la República , ofrece una explicación muy detallada en este sentido.
 

Ni en clave española ni estrictamente catalana, ese republicanismo de los treinta sirve como espejo

 
La mirada sobre la Guerra Civil y la dictadura de Franco condiciona, sin duda, la percepción actual de la ciudadanía sobre la etapa republicana y, por ende, sobre cualquier cosa que lleve esa etiqueta. Se trata de percepciones que pueden ir desde la idealización acrítica (entre sectores de izquierda) hasta la demonización caricaturesca (promovida por Vox y otros). Los relatos de parte nos recuerdan la pluralidad de experiencias que integran la memoria colectiva, pero hay que filtrarlos, no podemos usarlos como brújula. Por ejemplo, se ha publicado recientemente el manuscrito original catalán inacabado del libro que Josep Pla tituló Historia de la Segunda República Española , obra maldita que vio la luz en 1940-1941. Es muy interesante comparar este texto con el ensayo de mismo título que Víctor Alba (Pere Pagès) publicó en francés en 1948 y que, ampliado y traducido, se editó en México en 1960. Se trata de visiones de dos periodistas catalanes de ideologías opuestas: un conservador catalanista que aceptó el golpe de Franco y un militante del POUM (la izquierda antisoviética que fascinó a Orwell) que acabó tomando el camino del exilio.
 
La lectura de estos y otros libros nos permite acceder a un republicanismo –hoy descatalogado– con grandes y nobles objetivos pero débil, frívolo y extraviado. Tanto en clave espa­ñola como estrictamente catalana, ese republicanismo de los treinta no sirve hoy como espejo, por mucho que deba rendirse justo homenaje a las mujeres y hombres que abrieron caminos de progreso. Estoy seguro de que esto se tiene en cuenta desde Podemos y el inde­pendentismo catalán. Y no solo por ese tópico tan dis­cutible según el cual la forma de Estado es algo secundario, un ejercicio que termina siempre con la comparación de Suecia –una monarquía que recubre una democracia de ­alto nivel– con alguna república latinoamericana o africana con pésimos indicadores. Eso es escurrir el ­bulto.
 
Tomemos las palabras en su origen. Por ejemplo, para los fundadores de Estados Unidos, el republicanismo plasma una idea virtuosa de comunidad que antepone el interés general a los deseos de individuos o grupos. Los ciudadanos republicanos debían ser patriotas, lo cual no era solo amor a la nación: era, sobre todo, estar libres de relaciones de dependencia, como escribió Jefferson. Actualmente, el re­publicanismo es una filosofía política –Philip Pettit es de lectura obligada– que pone en primer término la no dominación (frente a los abusos del Estado o lo privado) como base de una sociedad democrática, y que prima la participación del ciudadano en las decisiones frente al mero consentimiento. Una filosofía que, leída a la luz de la historia de los Borbones, no puede dejar de lado el debate sobre la forma de Estado, haya pocos o muchos republicanos hoy según las encuestas.

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