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Francesc-Marc Álvaro | Ayuso y el principio de placer
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19 abr 2021 Ayuso y el principio de placer

No es solo una populista o una imitadora castiza de Trump, es algo más. Algo que, me parece, se ha convertido en la clave de su tirón y de su conexión con un público que desborda las fronteras del votante típico del PP. ¿De qué se trata? De una mezcla de optimismo chulesco, hedonismo de terraza y carpe diem de caña y tapa. Isabel Díaz Ayuso ha dado con la fórmula mágica para sumar sufragios, que no es otra cosa que sacarle punta a eso que Freud denominó el principio de placer. Y lo hace precisamente cuando la gravedad del momento pandémico reclama que gobernantes y ciudadanos asuman el principio de realidad por encima de todo. Para la presidenta autonómica y candidata, la realidad (las cifras, por ejemplo, de muertos por covid en la comunidad de Madrid) pesa poco en la toma de decisiones. Sus palabras y gestos están destinados a mantener una burbuja irrompible de felicidad y orgullo, frente a la izquierda, Pedro Sánchez y los datos más descorazonadores.
 
Más que con Trump, Ayuso conecta con populistas paleolíticos de celtibérica raigambre, como Jesús Gil y Gil o José María Ruiz Mateos, que -tengamos memoria- fue elegido eurodiputado en 1989. La escasa sofisticación de los mensajes de la presidenta madrileña recuerda el tono primario de esos personajes, pero hay que reconocer que ahora estamos ante otro fenómeno: Ayuso ha convertido en atributos ventajosos sus muchas incongruencias y momentos friqui. Lo disfuncional deviene simpático en su teatro
 

“Quien venga detrás ya pagará la fiesta y limpiará el vómito de los borrachos”

 Además del principio de placer, la lideresa se ve aupada por eso que, hablando de Italia y de Berlusconi, se deno­minó factor Robinson: un individualismo a ultranza que il Cavaliere encarnaba a la perfección frente a una sociedad recelosa del Estado. El indi­vidualismo de Ayuso, aderezado con cuñadismo, es una pseudoideología que casa bien con el principio de placer, pues regala la ilusión de que cada hijo de vecino es un rey. Recuerden esa intervención de Aznar de 2007 en relación a una campaña contra los accidentes de tráfico: “A mí no me gusta que me digan no puede ir usted a más de tanta velocidad, no puede usted comer hamburguesas de tanto, debe usted evitar ­esto y además a usted le prohíbo beber vino”. Ayuso construye su discurso a partir de esa actitud del líder espiritual del PP.
 
La derecha se ha asociado tradicionalmente con el pesimismo ante la naturaleza humana. Como ha escrito Michel Tournier, “para el hombre de derechas, el paraíso está detrás de nosotros, y cada día que pasa nos alejamos de él”. Ayuso rompe este marco y proclama que el paraíso está en el Madrid actual. Es una suerte de soberanismo capitalino, que limita al sur con La verbena de la Paloma y al norte con la nostalgia de La Movida. La candidata popular le roba el optimismo a la izquierda (es fácil ante Gabilondo) y surfea sobre el deseo de un futuro bueno, bonito y sin muchos impuestos. Quien venga detrás ya pagará la fiesta y limpiará el vómito de los borrachos. Porque, como nos advierte Tournier, “así como la alegría da color a la creación, el placer acompaña al consumo, es decir, a una forma de destrucción”.

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