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Francesc-Marc Álvaro | Los que firman
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03 jun 2021 Los que firman

Efectivamente, repiten la jugada: los dirigentes del PP vuelven a pedir firmas a pie de calle y “en contra” sobre un asunto que tiene que ver con Catalunya. Ahora es contra la concesión de los indultos a los dirigentes del procés condenados por el Supremo y, antes, el año 2006 era contra el Estatut d’Autonomia, un texto que tenía el aval del Parlament, las Cortes y la ciudadanía catalana, que lo aprobó en referéndum. Rajoy consiguió reunir cuatro millones de firmas (llenaban 876 cajas) y las entregó al Congreso de los Diputados, cuando era jefe de la oposición. Casado no quiere ser menos, claro.
 
Duran Lleida, ahora reti­rado de la arena política y nada atraído por el independentismo, dio un testimonio muy interesante sobre el sentido de la campaña que el PP hizo contra el Estatut: “Recuerdo haber visto y escuchado en los informativos de televisión como pedían firmas contra los catalanes, pero también lo viví en directo en las calles de Madrid: ‘Por favor, écheme aquí una firmita contra los catalanes’, decían. No me lo han explicado: lo he oído yo en la acera frente al Congreso”. Por otra parte, el co­lega Enric Juliana escribió una crónica magnífica para este diario donde, a raíz de una escena parecida a la descrita por el político democristiano, levantaba acta del sistema de captación de firmas del PP, basado en la idea primaria “contra los cata­lanes”. Esta era la consigna que había dado la cúpula popular para atraer a gentes dispuestas a firmar sin manías (y sin recibir muchas explicaciones).
 

Con las firmas contra los indultos, el PP vuelve a explotar la catalanofobia

 
Y hay un tercer documento, que no me puedo privar de mencionar; el escritor valenciano Joan Francesc Mira, uno de los grandes de las letras catalanas, lo contó en un artículo sensacional: “‘¿Quiere usted echar una firma contra los catalanes?’, me preguntó hace seis años una señora de mediana edad, activa y sonriente, en una ­mesa petitoria ubicada en la calle Potosí de Madrid, justo ante el mercado de Chamartín. ‘Señora –le respondí–, tengo un impedimento: soy catalán’. Hubo unas sonrisas nerviosas y nos dimos los buenos días. La misma señora, y muchas señoras y señores más, también habrían recogido firmas contra ETA, contra Batasuna o contra el famoso Plan Ibarretxe, pero nunca habrían pedido una firma ‘contra los vascos’ con tanta inocencia y tanta naturalidad”.
 
El maestro Mira pone el dedo en la llaga: esto, en España, solo pasa con los catalanes. Recuerden que, cuando ETA asesinaba cada día, las manifestaciones en Madrid contra el terrorismo tenían un lema impecable: “Vascos sí, ETA no”. No había confusiones, se sabía distinguir. En cambio, el nuevo Estatut permitía una cruzada contra “los catalanes”, en general. El caso es de una gravedad objetiva que llamaría la atención de cualquier observador extranjero que, sin duda, vería catalanofobia en ello. El término no gusta en las Españas, porque señala una estigmatización estructural de los catalanes que, con más o menos intensidad, se da a menudo. Pero es obvio que la catalanofobia existe y rezuma en expresiones que se aceptan como normales . Son frases como “es difícil que un catalán sea presidente del gobierno” o “antes alemana que catalana”. Por cierto, gracias a la catalanofobia, algunos van ordeñando los departamentos de publicidad de grandes empresas catalanas, susceptibles de ser tildadas de separatistas.
 
Con la cruzada de las firmas contra los indultos, el PP vuelve a explotar la ca­talanofobia estructural con la voluntad de que este material tan explosivo le permita quitar a Sánchez del poder. La estrategia ­parte de la teoría de la manta de la derecha española: si te cubres los pies, no te puedes cubrir la cabeza, y viceversa. Para buscar más votos en las Castillas, Madrid, ­An­dalucía, Extremadura y Aragón, los ­­po­pulares sacrifican sus siglas en Catalunya, que hoy son marginales. Por eso, estos días, no dejo de pensar en Alejandro Fer­nández, hombre inteligente al frente de la sucursal. Josep Piqué también se tragó este sapo.
 
Las encuestas indican que, en Catalunya, dos tercios o más de ciudadanos están a favor de los indultos a los líderes del procés , lo cual tiene traducción en el arco parlamentario, donde el PSC y los comunes abonan esta medida. En el conjunto de España, en cambio, el rechazo a los indultos se mueve sobre el 60% o más, gracias –en buena parte– al seguidismo que algunos barones socialistas hacen de las derechas. La decisión del Gabinete que preside Sánchez es arriesgada y a la vez trágica, en el sentido que utilizaba Isaiah Berlin: el PSOE no puede gobernar España sin cerrar heridas en Catalunya ni puede taparse con la manta corta y apolillada de la derecha. Sin los votos catalanes, los socialistas españoles no llegan a la Moncloa. El coraje nace también de la necesidad.
 
Acabo con dos preguntas: ¿qué esperan que suceda en Catalunya los ciudadanos que firman alegremente contra los indultos a los presos independentistas? ¿Tan poca historia de España saben que confían en que el palo infinito sea la garantía contra una desafección que ellos, justamente, hoy hacen todavía mayor?

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