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Francesc-Marc Álvaro | Los inciertos jugadores
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01 jul 2021 Los inciertos jugadores

La escena es la siguiente: dos ­tipos juegan a póquer, pero los que los observan creen que están jugando al ajedrez, algo que ellos mismos también piensan a ratos. Mientras, alrededor de los jugadores van estallando bombas, pero nadie parece asustado. El cabreo sí es notorio. En una esquina, un grupo de figuras vestidas de negro y exhibiendo ejemplares del Código Penal va calentando como lo harían los futbolistas que han de saltar al campo. Las apuestas son claras y son difusas a la vez. Los jugadores surfean la incertidumbre entonando un optimismo inverso y cauteloso, a prueba de agoreros. Este es el cuadro de la mesa de negociación sobre el conflicto catalán que, según anuncian, arrancará el próximo septiembre. El encuentro de los presidentes Sánchez y Aragonès ha servido para tener un calendario. Por algo se empieza.
 
El verano político aparece ante nosotros como un largo prólogo que debía servir para que bajara un poco más la hinchazón antes de abordar el asunto, pero el Tribunal de Cuentas aplica el lanzallamas sobre las heridas del independentismo catalán y uno se pregunta hasta qué punto una democracia puede desfigurarse a sí misma cuando ciertos organismos oficiales se convierten en trincheras de los guardianes de las esencias. Si algo ilustra bien el fenómeno de la feudalización parasitaria en la que degenera el partidismo es el Tribunal de Cuentas, que aparece en la película como el loco con la motosierra, dispuesto a llenarlo todo de sangre. El ministro Ábalos se quedó corto con su metáfora: estas causas no son “piedras en el camino”, son minas antipersonas. Mientras, las derechas contemplan la carnicería como la verbena que las compensa por tener que tragarse los indultos de los líderes del procés . “Que los dejen en la miseria”, concluyen los ideó­logos de ese patriotismo paleolítico que consiste en apuntarse en la libreta el ­nombre de los empresarios y los obispos que no bailan el pasodoble de la cabra. El espectáculo de Casado trabajando apli­cadamente para que Vox gane más votos es algo que se recordará dentro de cien años. Algo que debe poner los pelos de punta a Merkel.
 

Los que esperan que Sánchez y Aragonès fracasen no van a descansar ni un minuto

 
Los Pedros van a lo suyo. Ambos apostadores se necesitan mutuamente más de lo que parece. La legislatura española no puede prescindir del concurso de los republicanos para llegar a buen puerto y la legislatura catalana descarrilará si Aragonès no obtiene algún fruto importante de la mesa de diálogo. Pero hay algo más: otras cosas están en juego. Por ejemplo, el papel de los socialistas catalanes como rótula de una sociedad que se siente nación aunque no todo el mundo se declare na­cionalista. Por ejemplo, la credibilidad de ERC como partido capaz de armonizar intereses diversos y ser interlocutor ante aquellos que nunca habían confiado en las siglas de Macià y Companys. Por ejemplo, la coherencia del líder del PSOE ante unas elites catalanas que han sido tratadas co­lonialmente y con desprecio por el PP. Lo que se apuestan Sánchez y Aragonès en ­esta difícil negociación tiene muchas de­rivadas que desbordan sus respectivas ­circunstancias.
 
En la mesa de póquer puede pasar de todo, pero algo sí sabemos: los que esperan que Sánchez y Aragonès fracasen no van a descansar ni un minuto. Los que desean verse propulsados por el “cuanto peor, mejor” no son meros espectadores, intentan que la partida se vaya al carajo mediante todo tipo de tretas. Las posiciones de las partes, tan alejadas hoy en día, alimentan las expectativas de estos sectores, en Madrid y en Barcelona.
 
Es todo tan evidente que los fontaneros de la mesa ­deben estrujarse la sesera ­para dar con una mecánica que permita eludir el trom­pazo. Cambiar la gesticu­lación por la discreción parece una receta de obligado cumplimiento.
 
Otro Pedro, don Pedro ­Laín Entralgo, dijo esto en un debate que, moderado por Baltasar Porcel, se publicó en Serra d’Or cinco años antes de la muerte de Franco: “Uno de mis temores de cara al futuro es que perdure dema­siado la actitud hacia Cata­luña provocada por la guerra y que ocasione entre los catalanes crispaciones que susciten un auténtico separatismo en personas que pueden llegar a un enten­dimiento”. El que fue joven falangista dio en el clavo. No le escucharon. Sánchez, que ha asumido que el independentismo ya no es una hipótesis, supongo que sabe (en su fuero interno) que esto, al final, no va de reencuentros. Todo esto va de preguntar a la gente lo que quiere, estamos en el siglo XXI.

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