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Francesc-Marc Álvaro | El Papa rompe un tabú
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02 sep 2021 El Papa rompe un tabú

Ha roto un tabú y es seguro que le costará críticas de aquellos que añoran el aroma del nacionalcatolicismo que impregnó la vida española durante mucho tiempo. El papa Francisco se ha metido en un jardín que, en general, solo frecuentan políticos de Podemos, del independentismo catalán o del soberanismo vasco, más algunos intelectuales y analistas que ejercen la mirada crítica. En una entrevista en la Cope y preguntado sobre la situación catalana, el líder de la Iglesia católica ha afirmado que “lo más clave en este momento en cualquier país que tiene este tipo de problemas es preguntarme si se han reconciliado con la propia historia” y ha añadido que “yo no sé si España está totalmente reconciliada con su propia historia, sobre todo la historia del siglo pasado. Y, si no lo está, creo que tiene que hacer un paso de reconciliación con la propia historia, lo cual no quiere decir claudicar de las posturas propias, sino entrar en un proceso de diálogo y de reconciliación”.
 
Con esta reflexión pública, Bergoglio cuestiona el relato oficial sobre la transición española, que asimila esa etapa a una suerte de “reconciliación nacional” a partir de gestos como la legalización del PCE, la aceptación de la monarquía por parte de los comunistas o el retorno del president Tarradellas. Pero ya está ampliamente estudiado que lo que sucedió entre 1975 y 1978 fue el resultado de constatar las debilidades que impedían por igual dos escenarios distintos: la continuidad maquillada de la dictadura o la ruptura democrática que quería la oposición. La reforma emergió de los límites que condicionaban las impotencias de cada actor, entre los cuales estaba un ejército hecho a la medida del dictador, que observó con lupa la redacción de la Constitución del 78.
 

Bergoglio cuestiona el relato oficial sobre la transición española

 
Es fácil pensar que la condición de argentino del Papa pesa bastante al analizar lo que es la reconciliación. Españoles, argentinos, chilenos, polacos, rumanos, checos y otros comparten la experiencia de salir de regímenes autoritarios o totalitarios para construir un marco democrático. Son casos muy diferentes pero unidos por algo: la dificultad de juzgar a los responsables de la tiranía y reparar a las víctimas. La voluntad de evitar una nueva contienda presidió la transición y, bajo esta premisa, se acordó un “no miremos atrás”. Tal vez era lo único que permitía ese contexto, no caigamos en el fácil presentismo. Pero eso no fue una reconciliación. De ahí que la derecha española sea revisionista, incluso respecto a la figura de Adolfo Suárez, cuyo coraje no inspira hoy a ningún líder político.
 
El Santo Padre también ha quitado dramatismo a los procesos de independencia. Sobre la expresión “unidad nacional” (que califica de “fascinante”), ha advertido que “nunca se valorará sin la reconciliación básica de los pueblos”. Lo ha dicho en plural: pueblos. Este razonamiento es de gran sentido común y conecta con la idea del pensador liberal Isaiah Berlin según la cual todo nacionalismo surge de una herida sufrida por una determinada colectividad –un pueblo– que se siente nación. Si la herida se mantiene abierta y no hay voluntad seria de sanarla, el conflicto perdurará, se enquistará y puede empeorar. La idea orteguiana de la conllevancia no sirve, salvo para el tacticismo. Recordemos que solo con buenas palabras no saldremos del atolladero.
 
El Vaticano, que no es precisamente partidario de una Catalunya independiente, emite ahora señales muy afinadas a favor de un diálogo de veras. Más de uno se pondrá nervioso en Madrid.

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