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Francesc-Marc Álvaro | De Massot i Muntaner a Monzó
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16 dic 2021 De Massot i Muntaner a Monzó

Almuerzo con un colega que trabaja bien y tiene importantes responsabilidades en el mundo audiovisual y abordamos, de paso, el asunto del prestigio de la lengua, a raíz del pesimismo de algunos sobre el catalán y su uso social. Huimos de miradas dramáticas, pero constatamos que hay factores que han alterado el paisaje donde se empezó a implantar la inmersión escolar, a principios de los ochenta. ¿Podría ser que muchos jóvenes no sientan la necesidad hoy de utilizar el catalán por unas inercias no previstas? ¿Esto tiene que ver con el prestigio de la lengua o nos equivocamos de diagnóstico?
 
Recuerdo –le digo a mi interlocutor– cuando teníamos veinte años y Quim Monzó era un referente que integraba catalanidad, modernidad, originalidad y universalidad. Los cuentos monzonianos te ubicaban en una cultura que miraba el mundo sin complejos y no tenía la obsesión provinciana de medirse con Madrid. Eran los mismos años en que TV3 emitía un programa magnífico como Arsenal, dirigido por Manuel Huerga. Esa ola de modernidad y catalanidad que mamamos hace un cuarto de siglo no surgía de la nada: era el resultado de otros modernos, que habían trabajado obstinadamente bajo la dictadura y en la transición. Dicho de una manera sintética: sin un Joan Triadú el país no habría tenido un Quim Monzó, ni antes un Porcel, una Montserrat Roig, a un Benet i Jornet. La cultura de la resistencia –que Triadú encarna con dedicación, generosidad y talento– desemboca en una cultura de la normalidad, de la que Monzó y otros son expresión de éxito.
 

La cultura en catalán lo tiene todo, como si fuera normal; pero no todo funciona igual de bien

 
Estamos en 2021. ¿Cuál es la continuidad posible de lo que denominaron normalidad? ¿Pecamos de triunfalistas entonces o hemos reculado más de lo que dicen las encuestas? Ejemplos. Si hablamos de radio en catalán, somos felices; en cambio, si hablamos de cine en catalán, la debilidad es evidente. Sumadas todas las categorías, ¿dónde estamos?
 
Recientemente, Josep Massot i Muntaner, intelectual de primer nivel y monje de Montserrat, ha recibido un merecido homenaje organizado por la Institució de les Lletres Catalanes y el Institut d’Estudis Catalans. El padre Massot, que dirige Publicacions de l’Abadia de Montserrat y la revista Serra d’Or, y sigue investigando en varios campos como la historia, la lengua, la literatura y la cultura popular, encarna el peso de la alta cultura en catalán. Sin hacer ruido, con rigor, atento al mundo y arraigado al país, este sabio de curiosidad infatigable también es un referente, pero está lejos de focos y modas.
 
Ahora bien, no nos confundamos: sin este cojín de alta cultura a fuego lento, la cultura de masas contemporánea en catalán no habría podido consolidarse; los vasos comunicantes entre una y otra hacen posible que tengamos un sistema completo (o casi). Tenemos los estudios sobre la Guerra Civil del padre Massot y el podcast Gent de Merda, creado por tres jóvenes y brillantes periodistas; tenemos las músicas de Jordi Savall, Lildami y Joan Magrané; tenemos las traducciones y memorias de Joan Francesc Mira, las novelas de Eva Baltasar, y el programa Crims . Antes de la guerra, teníamos la Col·lecció Bernat Metge, En Patufet, los ateneos, Pau Casals y los cuplés del Paral·lel.
 
Del padre Massot a Monzó, la cultura en catalán parece que lo tiene todo. Como si fuera normal. Pero no todo funciona igual de bien, ni todo es rentable, exitoso y robusto. Y los jóvenes se sienten hoy –parece– menos concernidos por el catalán que cuando Max Headroom –primer presentador de televisión generado por ordenador– salía en TV3.

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