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Francesc-Marc Álvaro | En carne viva
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16 ene 2022 En carne viva

Mundo, demonio y carne, los tres enemigos de la virtud según la tradición cristiana. Gracias a la política española de vuelo gallináceo –valga la redundancia–, la carne está en el candelero, mucho más que en los tiempos del destape, cuando pasamos del “prietas las filas” al “prietas las carnes”, verbigracia Susana Estrada como mito fundacional de nuestro erotismo de masas. En mis años infantiles, la carne que llegaba a la mesa familiar era, en general, mala. Recuerdo con horror esos bistecs que hacían bola y que eran la tortura de las criaturas de la naciente clase media, esto era la clase obrera con los libros del Círculo de Lectores en la estantería del salón comedor.
 
Con los años, servidor descubrió que existía una carne tierna y jugosa que justificaba el sacrificio del ganado vacuno, para goce y solaz de la especie humana. En un viaje a las profundidades de Estados Unidos, también supo este cronista que la cocción de la carne no se limita a la tríada local (“muy hecho, poco hecho o al punto”), y que los yanquis tienen tantos matices en este asunto que uno debe ponerse de rodillas y dar gracias a los cowboys del Far West. Por otro lado, en Cas Rufo, en Bilbao, el colega y amigo Xabier Lapitz -de buen paladar- me mostró que un buen chuletón puede llevarte a las puertas del paraíso, sea dicho con respeto para los veganos y demás virtuosos.
 

La derecha ha convertido las sensatas palabras de Garzón en un delito de lesa patria

 
Hasta la fecha, no había pensado nunca en la carne en términos de derecha-izquierda. Moderado como soy, escucho al doctor Jaume Padrós –buen comensal– cuando me advierte con razón que no abuse de las carnes rojas, lo cual significa que más vale poco y bueno que mucho y malo. Así vamos tirando. Pero la entrada de la carne en la agenda política deja mi capacidad de análisis en carne viva. No salgo de mi asombro.
 
La derecha ha convertido las sensatas palabras del ministro Garzón sobre la carne producida en las macrogranjas en un delito de lesa patria, ante lo cual el presidente Sánchez y el PSOE han demostrado que tienen pánico a plantarle cara al PP. El bulo no ha sido desmentido por la Moncloa, mandan huevos. Especial mención merecen algunos barones que solo se distinguen de los conservadores en que, al parecer, no van a misa los domingos. Con unos socialistas tan acomplejados ante el adversario, uno añora incluso a Zapatero.

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