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Francesc-Marc Álvaro | Branagh y la complejidad
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13 feb 2022 Branagh y la complejidad

Al terminar de ver la película Belfast dije “me ha gustado” y no podía quitarme de la cabeza las canciones del gran Van Morrison que acompañan la historia que ha tejido Kenneth Branagh, a partir de su experiencia de niño irlandés de familia protestante que acaba marchándose a Inglaterra cuando la violencia política crece. Tras unos días, el filme me sigue gustando, pero menos, pues debo darle la razón a una buena amiga que me advirtió de algo: se trata de una obra tan pegadiza como plana a efectos de la explicación del conflicto del que parte la fábula. La simplificación lo reduce todo a un choque entre católicos y protestantes (quien nada sepa del asunto pensará que es una guerra de religión) en un contexto en el que los intolerantes acosan a los que no quieren dejar de vivir con sus vecinos de siempre, vayan a una u otra iglesia
 

‘Belfast’ emociona, pero es una propuesta coja si se trata de hacernos pensar

 
Este caso sirve para preguntarnos sobre otras obras. ¿Hasta qué punto un creador está obligado con los datos sustanciales del contexto histórico del que extrae su relato? ¿Qué ocurre con la narración cuando un ci­neas­ta, un novelista, un dramaturgo, quita mucha grasa política a una obra que tiene como referencia un conflicto colectivo? ¿Dónde está la barrera entre adulterar y estilizar para hacer más atractiva la peripecia de unos personajes?
 
El director hace un canto contra la división entre “ellos y nosotros”, pero reduce la complejidad de la situación en Irlanda del Norte a finales de los sesenta a un esquematismo que acaba quitando fuerza a lo que quiere contarnos. Obviamente, una película de ficción no tiene que ser un documental, un reportaje, ni una tesis doctoral, pero si tu héroe es un niño atrapado en la explosión violenta de una historia muy densa, no puedes borrar eso de un plumazo. Se dirá que Branagh no hace aquí cine político al uso, pero ello no sirve como excusa para que el espectador no sepa nada de la existencia del IRA, de siglos de imperialismo, del conflicto de clase latente bajo la lucha identitaria, del papel de los militares en las calles, etcétera. ¿Por qué el retrato vívido de esa buena gente rota por odios que no practican evita mostrar la complejidad incómoda de donde provienen?
 
Belfast es una película que atrapa y emociona, su autor sabe lo que quiere contar y cómo, pero es una propuesta coja si se trata de hacernos pensar.

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