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Francesc-Marc Álvaro | Camus en Kíev
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03 mar 2022 Camus en Kíev

No está allí pero está. A lo mejor, se lo encuentra el reportero Plàcid Garcia-Planas hoy mismo, sentado en un café cercano a la plaza Maidán, impasible ante las bombas que lanzan las tropas rusas. Albert Camus está en Kíev, fumando mientras mira lo que sucede a su alrededor. El escritor, que fue miembro de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, siempre vuelve al campo de batalla, siempre nos acompaña cuando lo necesitamos. En Cartas a un amigo alemán, se di­rige a los nazis –no a todos los alemanes– y concluye con algo que no puedo quitarme de la cabeza: “Ya sé que no se habrá resuelto todo cuando estén ustedes vencidos. Europa estará todavía por hacer. Siempre está por hacer”. Profético, el autor de La peste acertó de lleno. Europa sigue estando por hacer, incluso cuando la Unión Europea es un club a la puerta del cual llaman los ucranianos, desesperadamente. Europa, entre la inacción y la gesticulación. ¿Será esta vez distinto?
 
La sesión del Parlamento Europeo del martes, con discursos solemnes y vibrantes, me dejó estupefacto: ha tenido que estallar la guerra de Putin en Ucrania para convertir la mo­dorra comunitaria en algo más grande que nuestras tribulaciones, en algo que nos eleva por encima del cinismo cotidiano. Lo que Putin ha unido que no lo separe el Brexit. ¿Peco de optimista? Tal vez. De la noche a la mañana, los líderes europeos parecen­ hablar para la posteridad, se están gustando. Detrás de la poesía, la prosa habitual: no es fácil que Ucrania ingrese en la UE, se ha recordado con la boca pequeña, mientras miles de personas huyen de la guerra. ¿Insuflará verdad la épica de estos días al proyecto europeo o se trata solo de un decorado efímero?
 
Camus pasea entre las sombras de Kíev, y no muy lejos podría andar Milan Kundera, que nos mostró lo que había bajo eso que llamábamos inexactamente “la Europa del Este”. En 1984, escribió La insoportable levedad del ser. En este fragmento, cambien ustedes checos por ucranianos, y verán algo en medio de la niebla de la guerra: “La historia de los checos no se repetirá por segunda vez, la de Europa tampoco. La historia de los checos y la de Europa son dos bocetos dibujados por la fatal inexperiencia de la humanidad. La historia es igual de leve que una vida humana singular, insoportablemente leve, leve como una pluma, como el polvo que flota, como aquello que mañana ya no existirá”. Aunque las comparaciones históricas nos gustan, tiene razón Kundera. La guerra repite escenarios (memorias de dolor superpuestas), pero siempre es distinta. Por eso sirve y no sirve hablar de los acuerdos de Munich de 1938. Los espejos del pasado deforman lo que vemos sin mostrarnos los ángulos muertos, indispensables para hacer previsiones. Y la previsión más interesante: ¿tendrá bastante fuerza la oposición en Rusia para aprovechar este momento y darle la patada a Putin?
 
Desde Barcelona, mientras los ucranianos se defienden armas en mano, la pregunta sobre la razón de ser de Europa ya no es una especulación académica, deviene un imperativo moral. Lo que Kissinger escribió en el 2014 resuena en todas las cancillerías: “Europa se encuentra así entre un pasado que pretende superar y un futuro todavía indefinido”. El enemigo exterior –Putin, no los rusos– está reformateando la conciencia europea a gran velocidad, a menos que seamos más idiotas de lo que parecemos. Lo mismo que ocurrió en Ucrania en el 2014, pero a gran escala, pues “la sociedad ucraniana se consolidó con la invasión rusa”, como ha escrito Timothy Snyder. Acudo a lo que les dijo el canciller Kohl a un grupo de editores de prensa británicos escasamente europeístas: “Pero si Europa son ustedes. Si ustedes los ingleses no se hubieran resistido a Hitler en 1940, no existiría Europa. Ustedes son los fundadores espirituales de Europa gracias a su resistencia invicta contra el nazismo”. ¿Son los ucranianos de ahora mismo los inspiradores­ involuntarios de un europeísmo más vivo y profundo? ¿Lo son también los rusos que se atreven a manifestarse estos días contra la guerra?
 

¿Insuflará verdad la épica de estos días al proyecto europeo o se trata solo de un decorado efímero?

 
No puedo terminar este papel sin lamentar que la UE censure los medios rusos, por mucha propaganda que emitan. Bruselas cae en la trampa de Putin. Ya nos lo advirtió Camus: “Nos hemos visto obligados a participar de su filosofía, a aceptar parecernos un poco a ustedes”. El nuevo europeísmo exigirá –espero– mayor coherencia con los valores que nos separan del tirano de turno.

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