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Francesc-Marc Álvaro | El viaje del padre
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01 abr 2022 El viaje del padre

Mi padre me llama para preguntarme cómo le afectará la inflación disparada. Le digo lo que repiten los expertos: los pensionistas perderán, como los rentistas. Añado que los que saben también explican que, si el euro se aprecia, tendremos en las manos una divisa fuerte, pero también podría depreciarse y, entonces, pasaría todo lo contrario. El panorama se complica, pero –le aviso– no debe sufrir por su pensión, la guerra acabará pronto (no tengo ni idea) y todo se normalizará (me lo invento). El Gobierno parece que mantiene su compromiso de preservar intacto el poder adquisitivo de los jubilados, pero eso no se lo comento; después del giro histórico del PSOE sobre el Sáhara Occidental, vale más no citar a Sánchez, no vaya a cambiar de criterio pasado mañana.
 
Mi padre quiere información pero mi misión es frenar su inquietud, que es mucha. Él quiere saber qué ocurre y yo actúo como él conmigo cuando yo era pequeño y tenía miedo de los monstruos nocturnos. Hemos intercambiado los papeles. Aprovecho un almuerzo con gente del mundo empresarial para averiguar si el trompazo será duro o durísimo: las previsiones no son alegres y –sobre todo– parten de un enorme desconcierto. Todo ha sucedido de repente, nadie esperaba lo que ha hecho Putin y que se volviera a hablar de economía de guerra con normalidad.
 

De la precariedad a la incertidumbre: el camino de muchas personas de más de 80 ahora

 
Mi padre se inquieta. ¿Por qué los ancianos se preocupan tanto por el dinero? Hay una explicación histórica, es una generación que creció durante la Guerra Civil y la posguerra, y llegó muy tarde a un cierto bienestar, a la seguridad y a las libretas de ahorro. El mundo infantil y juvenil de mi padre estaba dominado por una precariedad que limitaba al sur con la pobreza y al norte con la escasez. Muchas familias –en las clases populares– vivían al día, el reto era poner el plato en la mesa. En casa de mi padre, eran diez hermanos, viviendo todos del salario de un obrero, mi abuelo. Mientras, mi abuela hacía el milagro de sostener todo aquello, con una inteligencia natural que ya querrían muchos emprendedores.
 
De la precariedad a la incertidumbre: el camino de muchas personas que pasan de los ochenta. Tener una vida digna no fue un viaje fácil, nada fue un regalo. Y ahora, cuando rebañan el último plato, les toca vivir este festival de miserias. Me indigna.

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